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Marco Tulio Ciceron.

para defender los intereses de la patria en vez de menoscabarlos y combatirlos, es, en mi sentir, un varon utilísimo para los suyos y para la república y un verdadero ciudadano.

Y si queremos estudiar el principio de lo que se llama elocuencia (sea un arte, un estudio, un ejercicio ó una facultad natural), verémosle nacido de honestísimas causas y cimentado en perfectas razones.

Hubo tiempo en que los hombres andaban errantes por el campo al modo de las bestias, y hacian la vida de las fieras, ni ejercitaban la razon sino las fuerzas corporales. No se conocia la divina Religion, ni la razon de los deberes humanos, ni las nupcias legítimas: nadie podia discernir cuáles eran sus hijos, ni alcanzaba la utilidad del derecho y de lo justo. Así, por error é ignorancia, el apetito, ciego y temerario dominador del alma, abusaba para saciarse de las fuerzas del cuerpo, perniciosísimas auxiliares suyas. Entónces, un varon (no sabemos quién), grande sin duda y sabio, estudió la naturaleza humana y la disposicion que en ella habia para grandes cosas, con sólo depurarla y hacerla mejor con preceptos: congregó á los hombres dispersos por el campo y ocultos en la selva, les indujo á algo útil y honesto: resistiéronse al principio; pero rindiéronse despues á la razon y á las palabras del sabio, quien de fieros é inhumanos, tornólos mansos y civilizados.

Paréceme que la sabiduria callada ó pobre de expresion nunca hubiera logrado apartar á los hombres súbitamente de sus costumbres y traerlos á nuevo género de vida. Y ya constituidas las ciudades, ¿cómo hubieran aprendido los hombres á respetar la fe y la justicia, cómo logrado de otros que se sometiesen á su voluntad, y no sólo trabajasen en el bien comun, sino que por él diesen la vida, á no ser persuadiendo con la elocuencia lo que la razon les dictaba? Sin el prestigio de un discurso grave y elegante, ¿cómo un hombre poderoso habia de humillarse á la ley comun, ni