lor de la vida ha hecho brotar dentro; un trabajador que, como los buscadores de oro bajo las nieves de Alaska, saca sus imaginaciones siempre vivas y risueñas de entre los hielos cuajados por los años, las decepciones y la ingratitud de los hombre y del idea; un niño en un viejo; un Bocaccio en un San Juan de la Cruz; un discípulo de Lope de Vega, derrochador de ingenio y escéptico, pero sumiso servidor del vulgo; un espíritu emocional y afectivo que responde como un eco á toda voz que su tiempo lanza y á toda angustia y á todo regocijo de la sociedad en que vive; y siempre un hombre dulce y bueno, sin odios ni rencores, pudiendo decir todos los días á Jesús:—Héme aquí tras las largas y abrumadoras jornadas... Mis manos están puras de mala obra y vacias de criminal riqueza; el sudor de mi frente ha sido el precio de mi pan y del pan de mis hijos... Como las aves del Evangelio, he esperado siempre en tu Providencia...
¿No es ese Blasco?
Ese es Blasco ó «alguien» que con él puede buenamente ser confundido. Pero Blasco es también, fuera de notas personales y de cualquier rasgo accidental, un gran periodista y un poeta muy vario y muy cumplido. Acerca de su