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Nuestra Señora de París

atónitas miradas del concurso. Un momento despues ya habia desaparecido por la Puerta Colorada que conducia entónces de la iglesia al claustro.

Pasada la primera sorpresa, acercóse Juana de la Tarme al oido de la Gualtiere.

—Bien decia yo, hermana, que ese clérigo Don Claudio Frollo, tan jovencito, tiene sus puntas de hechicero.


II.

CLAUDIO FROLLO.

En efecto, Claudio Frollo no era un personaje vulgar.

Pertenecia á una de aquellas familias de la clase media que en el impertinente lenguaje del siglo pasado se llamaba indiferentemente alta plebe ó pequena nobleza. Esta familia habia heredado de los hermanos Paclet el fendo de Tirechape, que dependia del obispo de Paris y cuyas veintíuna casas habian sido en el siglo xm objeto de tantos pleitos y desavenencias. Como posesor de aquel fendo, Claudio Frollo era uno de los veintiocho señores aspirantes á censual en Paris y sus arrabales; y por mucho tiempo ha podido verse su nombre inscrito como tal entre el palacio de Taucanville, perteneciente á maese Francisco Le Rez, el colegio de Tours en el cartulario depositado en S. Martin de los Campos. Claudio Frollo habia sido destinado desde su primera infancia por sus padres al estado eclesiástico. Habíanle enseñado á leer cosas escritas en latin, y bajar los ojos y hablar con mesura. Todavia niño encerróle su padre en el colegio de Torchi en la Universidad, donde se crió devotamente sobre el misal y el lexicon.

Quasimodo.

Era por lo demas un muchacho triste, grave, serio que estudiaba con ardor y aprendia pronto; no ponia el grito en el cielo en las horas de recreo, se mezclaba poco á las bacanales de la calle del Fouarre, no sabia lo que era dare alapas et capillos laniare, y en nada habia figurado en aquella sarrazina de 1463 que