cherville, á la cual le llega hasta la mitad del cuerpo la capa bizantina; tal es la catedral de Rouen, que seria enteramente cólica si no bañase la extremidad de su aguja central en la zona del renacimiento.
Pero todos estos matices, todas estas diferencias, no atacan mas que la superficie de los edificios : mas que el arte exterior; la constitucion fundamental de la iglesia cristiana es siempre la misma, siempre se ve en ella la misma armazon interior, la misma disposicion lógica de las partes. Cualquiera que sea la corteza esculpida y bordada de la catedral, siempre se halla dentro de ella, al menos en el estado de germen y de rudimento, la basilica romana que eternamente se despliega sobre el pavimento conforme á la misma ley. Siempre se ven las dos naves que se cortan en forma de cruz, y cuya extremidad superior arqueada en forma de bóveda forma el coro; siempre los mismos claustros á los lados para las procesiones interiores y para las capillas; especies de paseos laterales donde desemboca la nave principal por los intercolumnios. Esto supuesto, el numerode las capillas, de las portadas, de los campanarios, de las agujas se modifica al infmito, segun el capricho del siglo, del pueblo, del arte; una vez satisfecho el servicio del culto , la arquitectura hace lo que le parece. Estátuas, vidrios pintados, rosetones, arabescos; capiteles, bajo relieves, lodos los caprichos del ingenio los combina ella segun el logaritmo que le conviene, y de aqui nace la prodigiosa variedad exterior de aquellos edificios, en cuyo fondo residen tanto órden y unidad. El tronco del árbol es inmutable; la vegetacion es caprichosa.
II.
PARIS Á VISTA DE PÁJARO.
Acabamos de reparar en lo posible para el lector la admirable iglesia de Ntra. Sra. de Paris. Hemos indicado lijeramente la mayor parte de las bellezas que tenia en el siglo quince y de que actualmente carece; pero hemos omitido la principal, y esta es la perspectiva de Paris que se descubria desde lo alto de sus torres.
Era en efecto, cuando despues de haber andado á tientas por largo rato en la tenebrosa espiral que taladra perpendicularmente la ancha pared de los campanarios , se desembocaba en fin de repente en una de las dos altas plataformas inundadas de luz y de aire; era, decimos un magnífico cuadro el que se presentaba de repente á los ojos del observador, un espectáculo sui generis, de que fácilmente pueden formarse idea aquellos de nuestros lectores que han tenido la dicha de ver una ciudad gótica, entera, completa, homogénea como existen algunas todavia, Nuremberg, Baviera, Vitoria en Espana; ó algunas muestras mas en pequeño, con tal que estén bien conservadas, como Vitré en Bretaña y Nordhausen en Prusia.
El Paris de hace trescientos cincuenta años, el Paris del siglo quince, era ya una ciudad gigantesca. Nosotros los parisienses nos formamos por lo general una idea equivocada acerca del terreno que creemos haber ganado: Paris desde el tiempo de Luis XI no ha aumentado en un tercio, y es bien seguro que mas ha perdido en belleza de lo que ha ganado en magnitud.
Paris nació, como nadie ignora, en aquella antigua isla de la Cité que tiene la forma de una cuna. La playa de esta isla fue su primer recinto, el Sena su primer foso. Permaneció Paris muchos años en el estado de la isla, con dos puentes, uno al norte, uno al mediodia y dos cabezas en ellos que eran juntamente sus puertas y sus fortalezas: el Gran Chatelet, á la orilla derecha, y el pequeño Chatelet á la izquierda. Luego, desdo los reyes de la primera raza, demasiado estrecho en su isla y sin poderse menear en ella, Paris pasó el rio, y entónces mas allá de los dos Chatelets, grande y pequeño, empezó á formarse en los campos á entrambos lados del Sena una cerca de torres y de murallas, de la cual quedaban todavia algunos vestigios en el siglo pasado; mas ya no resta mas que su memoria, y alguna que otra tradicion, como la puerta Baudoyer, porta Bagauda.
Poco á poco, la marca de las casas, siempre impelida desde el corazon de la ciudad hácia los lados, sale de madre, corroe, desgasta y borra aquella cerca: Felipe Augusto la construye un nuevo dique y encierra á Paris en una cadena circular de anchas torres, altas y sólidas. Durante mas de un siglo, las casas se apiñan, se acumulan y alzan su nivel en aquel estrecho recinto, como el agua en un vaso. Empiezan las casas á profundizarse; ponen pisos sobre pisos; se elevan como toda savia comprimida, y todas aspiran á porfia á sacar la cabeza por cima de su vecina para tener un poco mas de aire. Las calles se ahondan y se estrechan mas y mas; todas las plazas se llenan y desaparecen. Las casas por fin saltan por cima de la muralla de Felipe Augusto, y se esparraman alegremente en la llanura, sin orden y de cualquier manera, como fugitivas; alli se colocan, se hacen jardines en el campo, se acomodan á su placer. Desde el año 1367, tanto se extiende la ciudad en los arrabales, que necesita ya una nueva cerca, sobre todo en la orilla derecha: Cárlos V la construye. Pero una ciudad como Paris siempre está creciendo, y solo estas ciudades pueden llegar á ser capitales. Estas ciudades son como embudos á donde van á parar todas las corrientes geográficas, políticas , morales, intelectuales de un pais, todas las vertientes naturales de un pueblo; pozos de civilizacion, por decirlo asi, y tambien muladares donde comercio, industria, inteligencia, poblacion, todo lo que es savia, todo lo que es vida, todo lo que es alma en una nacion, filtra y se reune sin cesar gota á gota, siglo á siglo. La cerca de Cárlos V tuvo pues la misma suerte que la de Felipe Augusto; desde fines del siglo XV saltóla la ciudad, y se extendieron los arrabales. En el XVI parece que se la vé retroceder y sumergirse mas y mas en la antigua ciudad; ¡tanto crecio la nueva poblacion extramural! Deteniéndonos ahora en el siglo XV, ya entónces habia desgastado Paris los tres circulos concéntricos de murallas que en tiempo de Juliano el Apóstata germinaban, por decirlo asi, en el grande y en el pequeño Chatelet. La poderosa capital habia reventado sucesivamente sus cuatro cinturones de murallas, como un niño que crece y rasga sus vestidos del año pasado. En tiempo de Luis XI, veianse por una y otra parte salir de entre aquel mar de casas algunos grupos de torres derruidas de las antiguas cercas, como las cumbres de las colinas en una inundacion , como archipiélagos del viejo Paris sumergido debajo del nuevo.
Desde entónces Paris se ha trasformado de nuevo desgraciadamente para nosotros; pero no ha ganado mas que una sola cerca nueva, la de Luis XV, una miserable muralla de lodo y de inmundicia, digna del rey que la construyera, del poeta que la cantara:
En el siglo XV Paris estaba aun dividido en tres ciudades enteramente distintas y separadas, cada cual con su fisonomia á parte, su especialidad, sus costumbres, sus hábitos, sus privilegios, su historia; la Ciudad , la Universidad, la Villa. La ciudad que ocupaba la isla, era la mas antigua, la menor y la madre de las otras dos, encerrada entre ellas, (permitasenos esta comparacion) como una viejecita en-