—¿Teneis padres?
— La Esmeralda se puso á cantar con triste y dulce voz estas palabras:
— Muy bien, dijo Gringoire. ¿ A que edad vinisteis á Francia?
—Siendo muy niña.
—¿Y á Paris?
— El año pasado. Cuando entramos por la puerta Papal vi cruzar por los aires la silvia de los cañaverales. Estábamos á fines de agosto, y dije : el invierno será cruel.
— Lo ha sido, dijo Gringoire en el colmo de la alegria al ver entablada la conversacion, yo le he pasado soplándome los dedos. ¿ Luego teneis el don de profecia?
Volvió la gitana á su laconismo :—No.
— ¿ Ese hombre á quien llamais el duque de Egipto , es el gefe de vuestra tribu?
— Si.
—Pues él es el que nos ha casado, observó con tímido acento Gringoire.
Hizo ella su graciosa mueca habitual:—Ni tan siquiera sé tu nombre.
—¿Mi nombre? cátatele aqui : Pedro Gringoire.
—Yo conozco otro nombre mejor, respondió pensativa la gitana.
— ¡ Picarilla! repuso el poeta. No importa ; no lograreis irritarme. ¿Y luego quien sabe? puede que en llegando á conocerme mejor, me cobreis cariño; ademas, me habeis contado vuestra historia con tanta franqueza que es muy justo os corresponda yo con la misma. Habeis pues de saber que yo me llamo Pedro Gringoire, y que soy hijo del arrendador de la escribania de Gonesse. Mi padre fue ahorcado por los borgoñones, y espanzurrada mi madre por los picardos en la época del sitio de Paris, hace veinte años. A los seis de mi edad, como iba diciendo, quedé huerfanito, sin mas suelas en los zapatos que las piedras de Paris, y no sé como he pasado el intérvalo de los seis hasta los diez y seis años. Ya me daba una ciruela esta frutera , ya me daba aquel pinche un mendruguillo, y por la noche metíanme las patrullas en la cárcel, donde encontraba un monton de paja para dormir; todo lo cual no me ha impedido crecer y enflaquecer como veis. Calentábame al sol durante el invierno bajo el pórtico del palacio de Sens, y no dejaba de parecerme ridículo que reserváran para la canícula las hogueras de san Juan. A los diez y seis años quise ser algo , y sucesivamente fui probando de todo. Entré soldado , pero no era bastante valiente; entré fraile , pero no era bastante devoto; ademas soy poco aficionado á beber. Desesperado, metíme aprendiz de carpintero, pero no era bastante robusto. Mucha mas aficion tenia á ser maestro de escuela ; verdad es que no sabia leer, pero esto no obsta. Al cabo de cierto tiempo conoci que me faltaba algo para todo; y viendo que de nada servia, metíme de sopeton á poeta y compositor de ritmios, profesion que siempre puede abrazar un vagamundo, y que al fin y al cabo vale mas que la de ladron, como me aconsejaban que lo fuera algunos rateruelos amigos mios. Encontréme por fortuna el dia menos pensado con don Claudio Frollo, el reverendo arcediano de Nuestra Señora, el cual se interesó por mí, y al cual debo hoy el ser un verdadero letrado, instruido en el latin desde los oficios de Ciceron hasta el martirológio de los padres Celestinos, y no nada bárbaro en escolástica, en poética, ni en ritmica, ni aun en hermética, la sofia de los sofias. Yo soy el autor del misterio que se representó hoy con gran pompa y concurrencia de populacho, en la Sala Grande del palacio. He escrito tambien un libro que tendrá unas seiscientas páginas, sobre el prodigioso cometa de 1465 que volvió loco á un hombre. Y no es esto todo: siendo carpintero de artilleria trabajé en aquella famosa bombarda de Juan Mangue que reventó en el puente de Charenton el mismo dia en que probó, haciendo pedazos á veinticuatro curiosos. Ya veis que no soy mal bocado para marido. Sé ademas muchas graciosas travesurillas que enseñaré á esta cabra, como, por ejemplo, á remedar al obispo de Paris, ese maldito fariseo cuyos molinos chorrean sobre los transeuntes por todo el puente de los
Molineros. Y ademas mi miesterio me valdrá mucho dinero en metálico, si me lo pagan. En fin, aquí me teneis á vuestras órdenes á mi, á mí talento, á mi ciencia y á mis letras; pronto á vivir con vos, señorita, como mejor os acomode ; casta ó alegremente, como marido y mujer, si os da la gana ; como hermano y hermana, si lo preferis.
Calló Gringoire esperando á ver el efecto que producia su arenga en la doncella, la cual tenia clavados los ojos en el suelo.
—¡Febo! dijo á media voz y luego volviéndose hácia el poeta:—¿que quiere decir Febo?
Gringoire , sin alcanzar que relacion podia existir entre su alocución y aquella pregunta aprovechó gustoso aquella ocasion de sacar á relucir su erudición, y así respondió dándose tono.—Es una palabra latina que quiere decir Sol.
—¡Sol! repitió la gitana.
—Ese era el nombre de un gallardo militar, que era Dios, añadió Gringoire.