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Nuestra Señora de Paris.

plato de loza, hubiera dicho que todo su amor se habia convertido en apetito.

Mirábale comer la niña sin decir palabra, y absorta visiblemente en otros pensamientos que la hacian sonreir de cuando en cuando, mientras su linda mano acariciaba la cabeza inteligente de la cabrita, blandamente reclinada entre sus rodillas.

Una vela de cera amarilla alumbraba aquella escena de voracidad y meditacion.

Acallados los primeros clamores de su estómago sintió Gringoire un cierto ruborcillo al ver que ya no quedaba en la mesa mas que una manzana. — ¿No comeis , señorita Esmeralda?

Respondiéndole ella haciendo con la cabeza un movimiento negativo —y su mirada meditabunda fué á lijarse en la bóveda de la estancia.

—¿En qué diablos estará pensando? dijo Gringoire para sí y mirando lo que miraba ella. Es imposible que la ocupe ese mascaron del enano de piedra esculpido en la flave de la bóveda. — ¡ Qué diablos! me parece que bien puedo sostener la comparacion con ese mónstruo. —Señorita, dijo alzando la voz.

Parecia que la gitana no le oia.

Luego prosiguió en voz aun mas alta :— ¡Señorita Esmeralda! —Tiempo perdido. La mente de la gitana estaba en otra parte, y la voz de Gringoire no era poderosa á apartarla de donde estaba. Afortunadamente la cabra ayudó sus intentos, tirando de la manga suavemente á su ama.

—¿Qué quieres, Djali? dijo de pronto la gitana como si la despertáran violentamente.

—Tiene hambre, dijo Gringoire, deseoso de trabar conversacion.

—Desmigajó la Esmeralda un pedazo de pan que comió graciosamente Djali en la palma de su mano.

No la dejó tiempo Gringoire para volver á sus cavilaciones, llamando su atencion con esta delicada pregunta.

—¿Con que no me quereis para marido?

Miróle la niña de hito en hito y dijo :—No.

—¿Y para amante? repuso Gringoire .

Hizo ella su mohin y respondió :—No.

—¿Y para amigo? prosiguió Gringoire.

Siguióle ella mirando sin quitarle ojo, y dijo despues de un momento de reflexion:

—Tal vez.

Este tal vez tan grato para los filósofos dió nuevos ánimos á Gringoire.

—Sabeis, la preguntó, ¿ que cosa es amistad?

—Si, respondió la gitana; ser hermano y hermana; dos almas que se tocan sin confundirse..... los dos dedos de la mano.

—¿Y el amor? prosiguió Gringoire.

— ¡Oh! ¡el amor! dijo, y su voz temblaba y sus ojos brotaban llamas. Es ser dos y no ser mas que uno, un hombre y una mujer que se deshacen en un ángel; —es el cielo.

Esto diciendo, brillaba en la bailarina de las calles una hermosura que asombraba singularmente á Gringoire , y le parecia estar en perfecta armonia con la exaltacion casi oriental ds sus palabras. Sus labios rosados y puros se entreabrian sonriendo; turbaba tal vez el pensamiento la tersura de su frente cándida y serena como el aliento empaña el cristal de un espejo; y de sus largas pestañas negras inclinadas se irradiaba una especie de luz inefable que daba á su perfil aquella suavidad ideal que holló despues Rafael en el punto de mistica interseccion de la virginidad, de la maternidad y de la divinidad.

Gringoire sin embargo prosiguió impertérrito.

—¿Como ha de ser un hombre para agradaros?

—Ha de ser hombre.

—¿Pues no lo soy yo?

—Un hombre tiene casco en la cabeza, espada en la mano y espuelas de oro en los talones.

—Bravo dijo Gringoire, sin caballo no hay hombre. ¿ Amais á alguno?

— ¿ De corazon?

— De corazon.

Quedó un momento pensativa, y luego dijo con una expresion particular : —Pronto lo sabreis.

— ¿Y porque ahora no? repuso tiernamente el poeta. — ¿ Porque á mí no?

Echóle la niña una mirada séria.

—Yo no podré amar sino á un hombre que sea capaz de protegerme.

Ruborizóse Gringoire y no lo echó en saco roto. Era evidente que la gitana aludia al poco auxilio que la dió en la critica circustancia en que se halló dos horas ántes. Este recuerdo , borrado de su mente por las aventuras de aquella tarde se le representó entónces de repente.

—Ahora que me acuerdo, dijo dándose un golpe en la frente con la palma, por aqui debiera yo haber empezado. Perdonadme mis locas distracciones. ¿Como diablos hicisteis para huir de las garras de Quasimodo?

Esta pregunta hizo extremecerse á la gitana.

— ¡ Oh ! ¡que horrible jorobado ! dijo cubriéndose el rostro con las manos, y temblando como si tiritara de frio.

— Horrible en efecto, dijo Gringoire que no renunciaba su idea;—¿pero como hicisteis para libertaros de él?

Esmeralda sonrió , suspiró y calló.

—¿ Sabeis porque os seguia? preguntó Gringoire procurando por un rodeo volver á la cuestion principal.

—No lo sé , dijo la hermosa. —Y luego añadió vivamente : —¿Y vos que me seguiais tambien porque me seguiais?

—A fe mia, respondió Gringoire, que tampoco lo sé yo.

Siguióse un momento de silencio. Gringoire hacia rayitas en la mesa con el cuchillo, la gitana sonreia y parecia que estaba viendo algo al traves de la pared, de pronto empezó á cantar con voz apénas articulada:

Cuando las pintadas aves Mudas estan y la tierra, luego se interrumpió bruscamente y púsose á acariciar á Djali.

—Vaya que teneis una linda cabrita, dijo Gringoire.

— Es mi hermana.

— ¿ Porque os llaman la Esmeralda?

—No lo sé.

-¿Pero en fin?....

Sacó del pecho la gitana una especie de escapulário oblongo que llevaba pendiente del cuello á un rosário de cuentas de sándalo ; de aquel saquito se desprendia un fuerte aroma de alcanfor. Estaba forrado de seda verde, y tenia en su centro un vidrio verde imitado á una esmeralda.

— Sin duda será por esto, — dijo.

Quiso Gringoire coger el escapulario.

—No le toques, dijo ella retrocediendo, es un amuleto : tú le quitarias la virtud, ó él te haria daño á ti.

Crecia por momentos la curiosidad del poeta :— ¿Quien os le ha dado?

Púsose ella un dedo en la boca y ocultó el amuleto en su seno : á las varias preguntas de su interlocutor solo respondió con algunas palabras incoherentes.

—¿Qué quiere decir esa palabra la Esmeralda?

— No lo sé.

— ¿A qué lengua pertenece?

—Creo que á la egipcia.

— Ya lo dije yo, exclamó Gringoire. No sois francesa.

— No lo sé.