cántaro de barro que presentó la gitana a Gringoire.
— Tírale al suelo, le dijo.
Hizóse el cántaro cuatro pedazos.
— Hermano, dijo entonces el duque de Egipto, poniéndole las manos sobre la frente, esta es tu mujer: hermana, este es tu marido.—Por cuatro años. —Id con Dios.
VII.
UNA NOCHE DE BODAS.
Pasados algunos instantes, hallóse nuestro buen poeta en una pequeña estancia embovedada ojiva, cerradita, abrigadita, sentado onfrente de una mesa que estaba pidiendo á gritos entrar en relaciones con una alacena allí inmediata, con una excelente cama en perspectiva y con una buena moza al lado: la aventura tenia algo de encantamiento. Empezaba ya Gringoire muy seriamente á tenerse por un personaje de cuentos de brujas; de cuando en cuando echaba los ojos en torno de sí para ver si el carro de fuego tirado por dos quimeras aladas, único que habia podido trasportarle tan rápidamente desde el Tártaro á Paris, andaba aun por alli cerca; y tambien de vez en cuando fijaba obstinadamente sus ojos en los agujeros de su ropilla, á fin de asirse á la realidad y no perder torreno enteramente. Su razon, manteada en los espacios imaginarios, no pendia ya mas que de este hilo.
Parecia que la gitana ni siquiera reparaba en él; iba, venia, movia los trastos, hablaba con su cabrita y hacia su acostumbrado mohin á diestro y siniestro. Fué por fin á sentarse junto á la mesa, y Gringoire pudo examinarla á su sabor.
Todos habeis sido niños, amados lectores, y acaso teneis algunos la dicha de serlo todavia. Es seguro que mas de una vez (y yo por mi parte he pasado asi dias enteros, los mejor empleados de mi vida) habeis seguido de mata en mata, en la orilla de trasparente, en un dia de sol, á una linda mariposa verde, á un arroyo azul que quebraba su vuelo en ángulos vivos, y doblegaba la punta de todas las ramas. Sin duda recordais la inocente curiosidad con que seguian vuestros pensamientos y vuestros ojos aquel pequeño torbellino tan raudo y zumbador, de alas de púrpura y de azul, en medio del cual flotaba una forma imperceptible, velada por la misma velocidad de su movimiento. El sér aéreo que se dibujaba confusamente entre aquellas rápidas alas os parecia quimérico, imaginario, imposible de tocar y de ver. Pero cuando en fin se paraba la mariposa en la punta de un rosal, y podiais examinar, conteniendo el aliento, las anchas alas de gaza, la larga falda de esmalte, los dos globos de cristal, cual era vuestra admiracion y cual vuestro miedo de ver nuevamente convertirse la forma en sombra, y en quimera el sér! Recordad aquellas impresiones, y podreis imaginaros lo que sintió Gringoire al contemplar bajo su forma visible, palpable á aquella Esmeralda á quien aun no habia hecho mas que entrever al traves de un torbellino de baile, de canto y de tumulto..
Sepultado mas y mas en su vaga meditacion: —Hé aqui,—se decia, siguiéndola amorosamente con los ojos,— ¡lo que es la Esmeralda! ¡una criatura celestial! ¡una bailarina de las calles! ¡tanto y tan poco! ¡Ella dió el cachete á mi misterio esta mañana, y ella me salva la vida esta noche! ¡Mi demonio perseguidor, mi angel de la guarda! ¡Buena moza, vive Dios! y que debe estar perdida por mi para haberme tomado por marido á las primeras de cambio. Ahora que me acuerdo,—dijo poniéndose en pié repentinamente con aquel sentimiento de lo positivo que formaba la base de su carácter y de su filosolia,—¡yo no sé en que diablos consiste; pero sé que soy tu marido!
Y con esta idea en la cabeza y en los ojos, acercóse á la niña de un modo tan militar y temerario que hubo ella de retroceder.—¿Que me quereis?—dijo.
— ¿Y sois vos quien me lo preguntais, adorable Esmeralda?—respondió Gringoire con un acento tan apasionado que él mismo se asombraba de oirlo.
Fijó en él la gitana sus hermosos ojos:—No sé que quereis decir.
— ¡Pues qué!—repuso Gringoirc entusiasmándose mas y mas, pensando en que al fin y al cabo no se las habia ni mas ni ménos que con una doncella de la corte de los Milagros,—¿no soy tuyo, dulce amiga? ¿no eres tú mia?
Y con el mayor candor del mundo pasóla la mano por la cintura.
Escurriósele entre los dedos la cintura de la gitana como la escama de una anguila. Saltó la niña de un extremo al otro de la estancia, agachóse y volvióse á levantar con un cuchilito en la mano, ántes de que Gringoire hubiese tenido tiempo para ver de donde salia aquel cuchillo; irritada y altiva, los labios inflamados, la nariz hinchada, rojas las mejillas como una manzana, y brotándole centellas de los ojos. Púsose al mismo tiempo delante de ella la cabrita blanca presentando á Gringoire un frente de batalla, erizado de dos lindos cuernos, dorados y puntiagudos: todo lo cual se hizo en un abrir y cerrar de ojos.
La mariposa se convertia en avispa, y estaba pronta á picar.
Atónito quedó nuestro filósofo, pasando de la mujer á la cabra su mirada estúpida.—¡Virgen santa! —dijo en fin, cuando le permitió hablar la sorpresa.
Tambien la gitana rompió el silencio por su parte.
— ¡Paréceme que eres un trasto muy atrevido!
— Perdon, señorita,—dijo Gringoire sonriendo.
— ¿Pero á que fin me habeis tomado por marido?
— ¿Querias que te dejase ahorcar?
— Segun eso, —repuso el poeta, algun tanto frustradas sus esperanzas amorosas,—¿no habeis tenido otro fin al tomarme por esposo que el de salvarme de la horca?
— ¿Y que otro piensas tú que podia tener? Gringoire se mordió los labios.—Vamos, todavia no soy tan triunfante en Cupido como imaginaba. ¿Pero entónces á que fin haber roto aquella pobre linaja?
El puñal de la Esmeralda y los cuernos de la cabra continuaban en la defensiva.
— Señorita Esmeralda, —dijo el poeta,—capitulemos. No soy escribano del Chatelet, y no os armaré pleito por usar una daga en Paris á los hocicos de las órdenes y prohibiciones del señor preboste: no debeis ignorar sin embargo que hace ocho dias fue multado Noel Lescribain en diez dineros parisies por haberle encontrado con un chafarote. Pero no es cosa que me toca ni atañe: y vamos al grano. Os juro por lo mas sagrado que no os tocaré sin vuestra licencia y permiso; pero dadme de cenar.
Ello es que Gringoire, como Mr. Despreaux era «muy poco voluptuoso» y muy ajeno de pertenecer á aquella especie caballeresca y emprendedera que toma por asalto á las doncellas. En punto á amor como en todo lo demas, siempre se inclinaba á temporizar y aceptar términos medios, y una buena cena, en amable compañia, pareciale, sobre todo cuando tenia hambre, un entreacto excelente entre el prólogo y el desenlace de una aventura amorosa.
La gitana no respondió palabra; hizo su desdeñosa mueca, levantó la cabeza como un gilguero, y luego se echó á reir; y el lindo puñal desapareció como habia venido, sin que pudiese ver Gringoire donde escondia la abeja su aguijon.
Un momento despues brillaban sobre la mesa un pan de centeno, una rebanada de tocino, algunas manzanas secas y un jarro de cerveza: Gringoire empezó á comer desesperadamente. Y quien hubiera oido el menudo retintin de su tenedor de hierro y de su