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Biblioteca de Gaspar y Roig.

VI.

EL CÁNTARO ROTO.


Después de haber corrido á todo correr por largo rato y sin saber á donde, dándose coscorrones contra las esquinas, saltando arroyos y atravesando callejuelas, callejones y encrucijadas, abriéndose paso por entre las mil revueltas de los antiguos mercados, explorando en su terror pánico lo que el latín macarrónico de las aulas llama tota via, caminum et viaria, paróse de pronto nuestro poeta, de cansancio en primer lugar, y convicto en segundo, por la fuerza lógica de un dilema que le acababa de nacerle en el magín.

Paréceme, amigo Pedro Gringoire, díjose a sí mismo, apoyando el índice sobre su frente, que vas corriendo por ahí como un botarate; no ménos miedo que tú de ellos han tenido de ti los monigotes. Paréceme, digo, que has oido el ruido de sus abarcas huyendo hácia el mediodia, mientras tú vas huyendo derechito al septentrion. Ahora bien, una de dos; ó han huido y en este caso, el jergon que han debido olvidar en su terror, es precisamente el lecho hospitalario que andas buscando desde esta mañana y que milagrosamente te envia la señora Virgen, en recompensa de haber hecho en su honor una moralidad acompañada de triunfos y momerias; ó los chiquillos no huyeron y en este caso han pegado fuego al jergon; y cátate ahí justamente el delicioso hogar de que necesitas para solazarte, secarte y calentarte. En ambos casos, buen fuego ó buena cama, el jergón; es un presente del cielo. La bendita Virgen María que está en la esquina de la Mauonseil, tal vez no ha hecho que muera Juan Moubon mas que para eso; y es mucha sandez en vos, huir hecho un palomino atontado, como un picardo delante de un frances, dejando atras lo que buscais delante; y sois un majadero!

Deshizo entónces lo andado, y orientándose y pescudando, oliendo y escuchando, trató de dar con el bienaventurado jergon, pero en vano; solo hallaba intersecciones de casas, callejones sin salida, mas confuso y perdido en aquella orilla de callejuelas negras que en el mismo laberinto del palacio de Tournelles. Agotósele, por fin, la paciencia y exclamó en tono solemne;—¡Malditas sean las encrucijadas! el diablo las hizo á imágen de sus garras.