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Biblioteca de Gaspar y Roig.

banse de cuando en cuando sobre sus labios una sonrisa y un suspiro; pero la sonrisa era mas doloroso que el suspiro.

Paróse por fin cansada la bailarina, y el pueblo aplaudió con amor.

— ¡Djali! dijola gitana.

Llegó entónces una cabrita blanca, preciosa, lista, lustrosa, con sus cuernos dorados, con sus patitas doradas, con su collar dorado, y á quien aun no habia visto Gringoire, y que habia estado hasta entónces acurrucada en una esquina del tapiz mirando á su ama.

— Djali, dijo la bailarina, ahora tú.

Y sentándose en el suelo, presentó graciosamente á la cabra su pandereta.

—Djali, prosiguió, ¿en que mes del año estamos?

Levantó la cabra su pata delantera y dió un golpecito en el pandero. Era en efecto el primer mes del año: el pueblo aplaudió.

—Djali, repuso la gitana volviendo del otro lado su pandereta, ¡en qué dia del mes estamos!

Levantó Djali su dorada patita y dió seis golpes en el pandero.

— Djali, prosiguió la niña, repitiendo la misma operacion de antes, ¿que hora es?

Dió Djali siete golpecitos. En el mismo instante dieron las siete en el reloj de la casa de los Pilares. El pueblo estaba estupefacto.

— ¡Eso es cosa de brujeria! dijo una voz siniestra entre el gentio. Aquella voz era la del hombre calvo que no apartaba los ojos de la gitana.

Extremecióse esta y volvió la cara; pero los infinitos aplausos del pueblo cubrieron la adusta aclamacion y aun se borraron tan completamente de su ánimo que continuó interpelando á su cabra.

—Djali ¿como hace maese Guichard Grand-Remy, capitan de carabineros de la villa, en la procesion de la Candelaria?

Asentóse Diali sobre sus patas traseras, y empezó á bailar andando con tan gentil gravedad que el círculo entero de los espectadores aplaudió en vista de aquella parodia de la devocion interesada del capitan de los carabineros.

— Djali, prosiguió la gitana, alentada por aquellos aplausos, como predica maese Jaime Cliarmolue, procurador del rey en el tribunal eclesiástico?

Acomodóse la cabra sobre entrambas posaderas y empezó á balar, meneando las manitas de una manera tan particular, que á excepcion del mal frances y del peor latin, gesto, manera, acento, todo era ver á Jaime Charmolue.

Y el pueblo aplaudia hasta no mas.

—¡Sacrilégio! ¡profanacion! repuso la voz del hombre calvo.

La gitana se volvió de nuevo.

— ¡Ah! dijo, ¡es aquel hombre!—v luego empujando hácia adelante el labio inferior, hizo una especie de mueca que parecia serle familiar, y girando sobre un talon, empezó á recoger en la pandereta los dones de la muchedumbre.

Los blancos, los blanquillos, los targes, los ochavos llovian en el pandero, cuando pasó la gitana delante de Gringoire. Echó este la mano al bolsillo tan aturdidamente, que se paró la muchacha.

— ¡Diablo!—dijo el poeta hallando en el fondo de su faltriquera la realidad, es decir, el vacio. Entretanto la hermosa niña permanecia inmóvil, mirándole con sus rasgados ojos y esperando. Gringoire sudaba á mares.

Si hubiera tenido el Perú en su bolsillo, es seguro que se lo hubiera dado á la bailarina, pero Gringoire no tenia el Perú, y ademas, aun no se habia descubierto la América.

Un incidente inesperado vino afortunadamente en su ayuda.

—¿Cuando te vas, langosta de Egipto? gritó una voz de vinagre salida del rincon mas oscuro de la plaza. Volvióse la niña azorada; aquella voz no era la del hombre calvo; era la de una mujer, una voz devota y mala.

Pero aquella voz que asustó á la gitana, movió grande algazara entre una turba de muchachos que rondaba por alli.

— ¡Es la reclusa de la Torre-Roland! exclamaron riendo y alborotando; ¡es la penitente que gruñe! ¡Puede que no haya cenado; llevémosla algunos restos de la alacena de la villa!

Todos se precipitaron hácia la casa de los Pilares. En tanto Gringoire se aprovechó de la turbacion de la gitana para eclipsarse; el clamor de los muchachos le recordó que tampoco él habia cenado, por lo que incontinente se dirigió á la alacena. Pero los chiquillos tenian mejores piernas que el poeta, y cuando este llegó, ya lo habian rebañado todo. Solo quedaban sobre la pared las esbeltas flores de lis, interpoladas con rosales, pintadas en 1434 por Mateo Biterne; lo que constituia una cena fatal.

Cosa es muy importuna eso de acostarse sin cenar, cosa es ménos halagüeña todavia, eso de no cenar y de no saber donde acostarse. En este caso se hallaba Gringoire; sin pan, sin cama, acosado, estrechado por la necesidad; la necesidad le parecia muy impertinente. Mucho tiempo hacia que descubriera esta verdad; que Júpiter creó á los hombres en un arrebato de misantropia, y que durante toda la vida del justo, su destino tiene en estado de sitio á su filosofia. Por su parte, nunca habia visto el bloqueo tan rigoroso; oia á su estómago tocar á llamada, y pareciale muy indecoroso que su mala estrella sitiase por hambre á su filosofía. Absorto estaba profundamente en estas melancólicas reflexiones, cuando de pronto le arrancó de ellas un canto singular si bien lleno de suavidad y dulzura. La hermosa gitana habia empezado á cantar.

Era su voz como su baile, como su hermosura, indefinible y deliciosa; pura, sonora, aérea, alada por decirlo asi. Angélicas melodias, cadencias inesperadas y frases sencillas entre notas agudas, aceleradas y luego gorgoritos que no hubiera podido ejecutar un ruiseñor, pero en que nunca faltaba la armonia; y luego ondulaciones suavisimas de octavas que se alzaban y bajaban como el pecho de la gallarda cantora. Su hermoso rostro seguia con singular movilidad todos los caprichos de su cancion, desde la mas frenética inspirando hasta la mas casta dignidad. Ya parecia una loca, ya parecia una reina.

Eran las palabras que cantaba de una lengua desconocida á Gringoire, y á ella misma tambien probablemente, á juzgar por la poca relacion que tenia con el sentido de las palabras la expresion que daba á su cantar. Estos cuatro versos por ejemplo, respiraban en sus lábios una loca alegria:

Un cofre de gran riqueza
Hallaron dentro un pilar,
Dentro dél nuevas banderas
Con figuras de espantar.

Y un momento despues al oir el acento que dió á estos otros:

Alárabes de á caballo
Sin poderse menear,
Con espadas y los cuellos
Ballestas de buen tirar.

Se le saltaron las lágrimas á Gringoire. Su acento sin embargo, mas que otra cosa, respiraba alegria, y aquella mujer parecia cantar, como canta el ave, por serenidad y contento.

El canto de la gitana habia turbado la meditacion de Gringoire, pero como el cisne turba las aguas: escuchábale con una especie de éxtasis y de enagenacion completa. Aquel era el primer momento en que por espacio de muchas horas dejaba de sufrir.