cuando es buen mozo y sabe manejar sus hábitos encarnados.
Entró pues, saludó al auditorio con aquella sonrisa de los grandes para el pueblo, y se dirigió con lentos pasos hácia un sillon de terciopelo carmesí, bien así como hombre que en nada piensa de lo que tiene delante. Su comitiva, lo que hoy llamariamos su estado mayor de obispos y de abates, invadió detras de é1 el tablado, no sin notable incremento de tumulto y curiosidad en la muchedumbre. Todos los apuntaban con el dedo, todos habian de decir sus nombres y de conocer á uno por lo ménos; quien, al obispo de Marsella, Alaudet, si no me engaña ta memoria; cual al primicerio de S. Dionisio; este á Roberto de Lespinasse, abad de San-German-des-Prés, aquel hermano libertino de una barragana de Luis XI; todo, con numerosas erratas y cacofonias. Por lo que hace á los estudiantes, juraban y blasfemaban; aquel era su dia, su fiesta de los locos, su saturnal, la orgia anual de la Basoche y de la estudiantina: todo linaje de insolencias era en aquel dia cosa lícita y sagrada.—Y ademas, habia entre la muchedumbre mozuelas de la vida airada: Simona Quatrelivres, Ines la Gadine, Bobina Piedebou. ¿Qué ménos podia hacerse que jurar y renegar un poquillo del nombre de Dios en un dia como aquel, en una sociedad tan escogida de eclesiásticos y de rameras? Fuerza es confesar que el pueblo no perdia aquella buena ocasion; y en medio de tamaña barahunda, formaban un horrible desconcierto de blasfemias y de enormidades, todas aquellas lenguas desatadas, lenguas de pillos y de estudiantes contenidas todo el resto del año por el temor del hierro ardiente de S. Luis. Pobre S. Luis, ly que zumba le daban en su propio palacio d.e justicia!.... Cada cual la tomaba entre los recien llegados con una sotana negra ó gris, blanca ó morada. En cuanto á Joannes Frollo de Molendino, en su cualidad de hermano de un arcediano, atacaba de frente á la encarnada, y cantaba á grito-pelado fijando en el Cardenal sus ojos descarados: ¡Cappa repleta mero!
Todos estos detalles que vamos aquí enumerando para la mayor edificacion del lector, estaban á tal punto cubiertos por el estruendo general que en él desaparecian antes de llegar á la estrada de preferencia; pero aun cuando asi no fuera, poco caso hubiera hecho de ellos el Cardenal, tan introducidas estaban en las costumbres las insolencias de aquel dia. Tenia el buen señor ademas, y bien se le conocia en la cara, otro cuidado que le seguia de cerca, y que entró casi al mismo tiempo que é1 en la estrada; tal era la embajada de Flándes.
No se crea por esto que era profundo politico; ni que se tomase mucha pena por las consecuencias posibles del enlace de su Sra. prima Margarita de Borgoña con su Sr. primo, Cárlos el Delfin; por cuanto duraria la buena armonia prendida con alfileres, entre el duque de Austria y el rey de Francia, ó por como tomaria el rey de Inglaterra aquel desaire á su hija. Todo esto le ocupaba muy poco y no le impedia hacer el debido acatamiento al vino de la cosecha real de Chaillot, sin pensar en que algunos frascos de aquel mismo vino (algo corregido y aumentado, es cierto, por el médico Coictier) cordialmente ofrecidos á Eduardo IV por Luis XI, desembarazarian el dia ménos pensado á Luis XI de Eduardo IV. La muy ilustre embajada del señor duque de Austria no traia al cardenal ninguno de estos cuidados; pero le importunaba mucho por otra parte. Era en efecto algo duro, y ya lo indicamos en la segunda página de este libro, verse precisado á hacer agasajos él, Cárlos de Borbon, á unos miserables plebeyos; é1, frances, hombre de gusto exquisito, á flamencos bebedores de cerveza; él, cardenal, á unos tristes regidores, y todo esto en público. Seguramente que era aquella una de las mas fastidiosas momerias á que tuvo jamas que resignarse por dar gusto al rey.
Volvióse pues hacia la puerta y con suma afabilidad (tanto se habia ensayado para ello) cuando anunció el hugier con voz sonora:—Los señores enviados del señor duque de Austria. Inútil será decir que todo el auditorio hizo otro tanto.
Llegaron entónces de dos en dos con una gravedad que formaba contraste en mediado la petulante comitiva eclesiástica de Cárlos de Borbon, los cuarenta y ocho embajadores de Maximiliano de Austria y á su frente el reverendo padreen Dios, Juan, abad de Saint-Bertin, canciller del toison de oro y Santiago de Goy, señor Dauby, alcalde mayor de Gante. Hubo en toda la asamblea profundo silencio, acompañado de risitas ahogadas para escuchar todos los nombres ridículos y todas las calificaciones chavacanas que cada uno de aquellos personajes trasmitia imperturbablemente al hugier, que repetia luego nombres y calificaciones á la par eminentemente estropeados. Ya anunciaba á maese Loys Relof, regidor de la ciudad de Louvain; al señor Clays de Etuelde, regidor de Bruselas; á su señoria Pablo de Baeust, Sr. de Voirmizéile, presidente de Flándes: maese Juan Colegheus, burgo maestre de la ciudad de Ambéres; maese Jorge dela Moere, regidor primero de la ciudad de Gante, maese Gheldorf Vander Hage, regidor segundo de la susodicha ciudad; ya al Sr. de Bierbecque y á Juan Pinnock y á Juan Dymaerzelle, etc., etc., etc.—Alcaldes, regidores, burgomaestres; burgomaestres, regidores, alcaldes; todos tiesos, estirados soplados, almidonados, engalanados con terciopelo y con damasco encaperuzados con gorras de terciopelo negro recamado de hilos de oro de Chipre; sanas cabezas flamencas sin embargo, fisonomias dignas y severas, hermanas gemelas de las que Rembrant hizo resaltáran enérgicas y graves sobre el fondo negro de su ronda noturna; personajes todos que llevaban escrito en la frente que Maximiliano de Austria habia tenido razon en descansar, como decia su manifiesto, en su seso, valia, experiencia, honradez y buenas partes.
Uno solo hacia excepcion á esta regla. Era un hombre de fisonomia astuta, inteligente y sagaz, una especie de hocico de mono y de diplomático, por quien dió tres pasos el Cardenal é hizo una profunda reverencia y que no se llamaba sin embargo mas que lisa y llanamente; Guillermo Rym, consejero y pensionado de la ciudad de Gante.
Pocos sabian en aquella época lo que era Guillermo Rym; rara inteligencia que en tiempos de revolucion hubiera brillado en la superficie de las cosas, pero que se hallaba reducido en el siglo XV, á las cavernosas intrigas y á vivir en las zapas como dice el duque de San Simon. Por lo demas gozaba de mucho favor con el primer zapador de la Europa; maquinaba familiarmente con Luis X, y aun muchas veces entendia en los secretos manejos del rey: cosas todas ignoradas por aquella turba asombrada de los agasajos que hacia el Cardenal á aquella triste ligura de alcalde flamenco.
IV.
MAESE SANTIAGO COPPENOLE.
Mientras el pensionado de Gante y el eminencia se hacian reciprocamente una reverencia muy profunda y se decian algunas palabras en voz muy baja, un hombre de alta estatura, cariancho y fornido, se presentaba para entrar de frente con Guillermo Rym, como un buen perro junto á una zorra. Su sombrero de castor y su chaqueta de cuero hacian extraño contraste con el terciopelo y la seda que le rodeaban, y por eso sin duda creyendo que seria algun palafrenero extraviado, detúvole el hugier.
— Hé, buen hombre, no se pasa.
El de la chaqueta de cuero le dió un empellon.
— ¿Quien te mete á ti conmigo?—dijo con una voz tan fuerte que fijó la atencion de toda la sala en aque coloquio smgular.—¿No ves quien soy yo?