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EL OLVIDO

— ¡Que yo sufro! exclamé con una carcajada. ¡Mal me conoces, Laurita!

— Si, Vd. sufre; no trate de hacerme creer lo contrario, dijo ella.

— ¡Déjate de bromas, y vamos á lo importante. ¿Quieres ser mi querida?.

Se puso aun más pálida.

— ¡Oh calle Vd.! No aumente sus padecimientos... y los mios. Está Vd. sudoroso, sus ojos brillan, sus manos tiemblan, y si sonríen sus labios es gracias á un esfuerzo que denota la grandeza de su alma!... Pero si Vd. sufre, la culpa no es mia. -Escuche mi vindicación: por naturaleza, por temperamento, por instinto- no se asombre Vd. al oírme hablar así: estoy acostumbrada á decirlo todo -busco el placer en cualquier parte, hasta que le hallo; me he entregado siempre al primer hombre que me solicitaba; es una enfermedad terrible, pero