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III.


¡LA VISITARÉ!


Con su constancia de enamorado, Rodolfo fué aquella noche á casa de su prima, donde supo que Marciana sabía la nueva del proyectado matrimonio.

Pocos eran los adornos que el jóven poseía, de aquellos atribuidos á él por las dos mujeres: era frívolo; tenía la nobleza de la conveniencia propia, del egois­mo; carecía de ilustración, y en cuanto á su talento, era el de un hombre de mundo bien educado, pero incapaz de encarar sériamente una cuestión cualquiera que fuese; luego, su belleza nada tenía de varonil, salvo el bigote rubio y sedo-