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VI.


Miéntras el carruaje los llevaba hácia su magnífica vivienda, Isabel y Julio no pronunciaron una sola palabra. Él, arrepentido, temblaba pensando en las escenas en que iba á ser actor según creía: su esposa haría un alboroto insufrible, digno solo de mujeres del pueblo y hombres de baja estofa, en cuanto llegaran á su casa; sus celos, heridos, en lo más profundo, harian de ella durante semanas; pero aún meses, la más insoportable de las mujeres; pero, mirándose hasta el fondo de su corazón, sentíase culpable, y hallaba razón á su esposa, á quien había faltado indignamente...