naturaleza distinta de la formacion, ó del color, o del brillo de las facciones, y debe ser referida á la expresion. ¡Ah! ¡Palabra sin significado, detrás de cuya vasta latitud de simple sonido refugiamos nuestra ignorancia respecto á lo espiritual. ¡La expresion de los ojos de Ligeia! ¡Cuán largas horas he meditado sobre ella! ¡Cuánto he luchado, á veces durante toda una noche de verano, por sondearla! ¿Qué era ese algo más profundo que el pozo de Demócrito, qué era lo que había allá en el fondo de las pupilas de mi amada? ¿Qué era? Tenia una verdadera pasion por descubrirlo. Aquellos ojos, aquellos grandes, aquellos resplandecientes, aquellos divinos astros, llegaron á ser para mí las estrellas gemelas de Leda, y yo para ellas el más dedicado de los astrólogos.
No hay un punto, entre las más numerosas anomalías incomprensibles de la ciencia del alma, más conmovedorainente excitante que el hecho — nunca, creo, notado en las escuelas — de que en nuestras tentativas para evocar algo, hace mucho tiempo olvidado, á menudo nos encontramos sobre el verdadero limite del recuerdo, sin poder, al fin, recordar del todo. ¡Cuán frecuentemente, en mis intensos exámenes de los ojos, de Ligeia, me he sentido próximo al completo conocimiento de su expresion, he sentido que ya lo alcanzaba, y sin embargo, no lo he llegado ó poseer, y lo he visto, por fin, apartarse enteramente de mil Y (extraño ¡ok! el más extraño de los misterios) encontraba en los más comunes objetos del universo un círculo de analogias para aquella expresion. Quiero decir, que subsecuentemente al periodo en que la belleza de Ligeia pasó á mi espiritu, permaneciendo en él como en una urna,