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LIGEIA

por la adorada música de su voz tenue y suave, al poner sus manos marmóreas sobre mi hombro. En belleza de rostro, ninguna virgen la igualaba. Era el esplendor de un sueño de opio, una aérea y vaporosa visión más caprichosamente divina que las fantasias que se cernían sobre las soñadoras almas de las hijas de Delos. Sin embargo, sus facciones no eran de ese molde regular que hemos sido falsamente enseñados á adorar en las obras clásicas del gentilismo. « No hay belleza exquisita, dice lord Verulam, sin alguna singularidad en la proporción. » No obstante, aunque veia que las faccionos de Ligeia no eran de una regularidad clásica, aunque percibia que su hermosura era verdaderamente exquisita » y que la penetraba mucho de la « singularidad » de que he hecho mención, he tratado en vano de descubrir la irregularidad, y de darme cuenta de mi propia percepción de lo. « singular ». Examinaba el contorno de la elevada y pálida frente; era perfecto—¡cuán fria es esa palabra para aplicarla á una tan divina majestad! — el cutis rivalizando con el más puro marfil, la dominadora extensión y reposo, la gentil prominencia de las regiones superiores de las sienes; y después, sus trenzas, negras como el ala del cuervo, brillantes, lujuriosas y naturalmente rizadas, ponían de relieve la completa fuerza de la frase homérica: « ¡cabellera de jacinto! » Miraba el delicado contorno de la nariz, y no me acordaba de laber visto una perfęcción semejante, sino en los graciosos medallones hebráicos.

Tenía la misma suavidad de superficie, la misma apenas perceptible tendencia á lo aguileño, las mismas fositas armoniosamente curvadas, signos de un espiritu