mente sobre la tapicería ó el pavimento; olvidarme á mí mismo toda una noche, velando la monótona llama de una lámpara ó las chispas del carbón encendido; soñar varios días con el perfume de una flor; repetir, estúpidamente, alguna palabra vulgar, hasta que el sonido, por la frecuente repetición, cesara de representar una idea cualquiera; perder toda conciencia de movimiento ó vida física, por medio de un largo reposo, obstinadamente prolongado; tales eran algunas de las más comunes y menos perniciosas fantasías producidas por una condición de las facullades mentales, que aunque no sin ejemplo, desafía ciertamente el análisis ó la explicación.
Trataré de hacerme comprender, sin embargo. La irregular, intensa y mórbida atención así excitada por objetos frívolos por naturaleza, no debe ser confundida con esa propensión á meditar, común á toda la humanidad y á la cual se abandonan más especialmente las personas de ardiente imaginación. No era ni siquiera, como se podía haber supuesto al principio, una condición extrema ó exagerada de esa propensión; era,· sobre todo, esencialmente distinta de ella. En general, el soñador ó entusiasta, estando interesado por un objeto usualmente no frívolo, lo pierde de vista de una manera imperceptible, merced á una multitud de deducciones y sugestiones que proceden del objeto mismo, hasta que al fin, á la conclusión de esa quimera, á menudo llena de lujuria, encuentra el incitamentum, ó causa primera de sus cavilaciones, enteramente desvanecido y olvidado. En mi caso, el objeto primitivo era invariablemente frívolo, aunque asumía, por medio de mi perurbada visión, una im-