su identidad personal. ¡Ay! el destructor iba y venía; y la victima, ¿dónde está? ¡No la conozco, ó no la conozco ya como Berenice!
Entre el numeroso cortejo de enfermedades que siguieron á la que efectuó tan horrible revolución en el ser moral y físico de mi prima, debe ser mencionada, como la más aflictiva y obstinada en su naturaleza, una especie de epilepsia, que terminaba frecuentemente en catalepsia, catalepsia que se parecía muchísimo a la muerte positíva, y de la que volvía, en el mayor número de casos, con un brusco estremecimiento. Mientras tanto, mi propio mal, pues se me ha dicho que no debía llamarlo con otro nombre, mi propio mal crecía rápidamente, hasta asumir, por último, un carácter monomaníaco de una nueva y extraordinaria forma, ganando vigor de hora en hora y de momento en momento, y obteniendo, por fin, sobre mí, el más incomprensible ascendiente. Esta monomanía, si debo llamarla así, consistía en una mórbida irritabilidad de esas cualidades del alma, conocidas en la ciencia de la metafísica por cualidades de atención. Es más que probable que no sea entendido; pues temo, á la verdad, que no me sea posible trasmitir á la generalidad de los lectores una idea adecuada de esa nerviosa intensidad de interés, con que en mi caso las potencias meditativas, para no emplear tecnicismos, se hundían en la contemplación de los objetos más comunes del universo.
Cavilar infatigablemente horas enteras, con la atención fija sobre alguna frívola observación encontrada en el margen ó en la tipografía de un libro; quedar absorto, durante la mayor parte de un día de verano, contemplando una fantástica sombra que caía oblicua-