Al fin, había uno que parecía interminable. Virginia, riendo, retrocedía hasta un ángulo del cuarto teniéndole por un extremo y su marido hacía lo mismo del otro lado. — ¿Y quién es el dichoso — dije — que habéis juzgado digno de esta inconmensurable dulzura? — ¿La oís? exclamó él — ¡como si su vanidoso corazoncito no le hubiera ya dicho que es ella misma!
«Cuando me ví obligada á viajar por mi salud, mantuve una correspondencia regular con Poe, obedeciendo en eso á las vivas solicitaciones de su mujer, que creía que yo podía obtener sobre él una influencia y un ascendiente saludables...
«En cuanto al amor y á la confianza que existían entre su mujer y él, y que eran para mí un espectáculo delicioso, no sabría· pintarlos con la convicción y el calor merecido. Olvido algunos pequeños episodios poéticos en los cuales fué arrojado por su temperamento novelesco. Pienso que era la única mujer á quien haya verdaderamente amado...»
En las Novelas de Edgar Poe, no hay jamás amor. Al menos Ligeia, Eleonora, no son, propiamente hablando, historias de amor, pues la idea principal sobre que gira la obra, es otra. Quizá creía que la prosa no es una lengua á la altura de ese caprichoso y casi intraducible sentimiento; porque sus poesías, al contrario, están fuertemente saturadas de él. La divina pasión aparece en ellas, magnífica, estrellada, y siempre velada por una irremediable melancolía. En sus artículos, habla algunas veces del amor hasta como de una cosa que hace estremecer la pluma. En The Domain of Arnheim, afirmará que las cuatro