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EDGAR POE, — NOVELAS Y CUENTOS

¡Hurra! gritemos á voz en cuello,
 Que nos ha dado una más copiosa
 Vendimia de sangre
Que todo el vino que puede producir la Siria.»

— ¿Oye Vd. esa banda de cornetas?

— Si, ¡el rey llega! ¡Vea Vd.! ¡El pueblo está lleno de admiración, y levanta sus ojos al cielo con respe­tuoso enternecimiento! ¡Ya llega! ¡Ya llega! ¡Halo allí!

— ¿Quién? ¿dónde? ¿el rey? — No le veo; juro á Vd. que no le veo.

— Pues es preciso estar ciego.

— Es posible que lo esté. La verdad es que sólo veo una multitud tumultuosa de idiotas y locos que se apresuran á prosternarse delante da un gigantesco camaleopardo, y que se matan por poder depositar un beso en la pezuña del animal. ¡Vea Vd.! La bestia acaba justamente de atropellar fuertemente á uno del populacho; ¡ah! otro ahora, y otro, y otro. En ver­dad, no puedo menos de admirar al animal por el excelente uso que hace de sus pies.

— ¿Populacho, decís? ¡pues son los nobles y libres ciudadanos de Epidafne! — ¿La bestia, habéis dicho?

— ¡Tenga cuidado que nadie le oiga! ¿No ve que el animal tiene cara de hombre? Amigo mío, ese cama­leopardo no es otro que el rey Antioco Epifanes, An­tioco el Ilustre, rey de Siria, y el más poderoso de todos los autócratas de Oriente. Verdad es que á veces se le llama Antioco Epimanes, ó el Loco, pero es porque no todo el mundo puede apreciar su mérito. Es cierto que por el momento está encerrado en la