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EDGAR POE, — NOVELAS Y CUENTOS

nuevo espectáculo, alguna exhibición de gladiadores en el Hipódromo, — ó tal vez el asesinato de los prisioneros Escitas, — ó el incendio de su nuevo palacio, — ó tam­bién, á fe mía, la quema de algunos judíos. El estruen­do aumenta. Suben por los aires rumores de grandes carcajadas. El aire es desgarrado por los instrumentos de viento y por el clamor de un millón de gargantas. Descendamos y veamos lo que ocurre. Por aquí, — ¡tenga Vd. cuidado! Estamos aquí en la calle principal que se llama calle de Timarco. El populacho, semejante á un mar, llega por este lado y nos será difícil remon­tar la corriente. Espárcese á través de la avenida de los Herádidas, que parte directamente del palacio; — según esto, el rey forma parte de la banda. Sí — oigo los gritos del heraldo que proclama su venida con la pomposa fraseología de oriente. Podremos verle bien, cuando pase delante del templo de Ashimah. Pongá­monos al abrigo del vestíbulo del santuario; pronto llegara aquí. Entretanto consideremos esta figura. ¿Quién es? ¡oh! es el Dios Ashimah en persona: Vd. ve bien que no es ni cordero, ni macho cabrío, ni sátiro; no tiene ninguna semejanza con el Pan de los Arca­dios. Y sin embargo todos estos caracteres han sido — ¡vuelta á equivocarme! — serán atribuídos, quiero decir, por los eruditos de los siglos futuros al Ashimah de los Sirios. Póngase Vd. sus anteojos y dígame lo que es. ¿Qué es?

— ¡Diosme perdone!¡es un mono!

— Si verdaderamente, un babuino, pero de ningún modo una deidad. Su nombre es una derivación del griego simia;—¡qué terribles tontos son los anti­cuarios! Pero, ¡vea Vd.! ¡vea Vd. ese granujilla