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EDGAR POE, — NOVELAS Y CUENTOS

— Tiene Vd. razón.

— Hay una cantidad prodigiosa de imponentes pala­cios.

— En efecto.

— Y los templos son numerosos, suntuosos, magníficos, y pueden sostener el parangón con los más célebres de la antigüedad.

— Efectivamente así es. Sin embargo hay una infi­nidad de chozas y abominables barracas. También hay que confesar que existe en todas las calles una mara­villosa abundancia de inmundicias; y á no ser por el omnipotente humo del incienso idólatra no podríamos resistir la hediondez. ¿Ha visto Vd. nunca calles tan insoportablemente estrechas y casas tan maravillosamente altas? ¡Qué negrura proyectan sus sombras sobre el suelo! Es una fortuna el que las lámparas suspendidas en esas interminables columnatas estén encendidas todo el día; de otro modo tendríamos aquí una segunda edición de las tinieblas de Egipto.

— ¡Verdaderamente es éste un lugar extraño! ¿Qué significa ese raro edificio que se ve allá abajo? ¡Mire Vd.! domina todos los demás y se extiende á lo lejos, al este del que supongo es el palacio real.

— Es el nuevo templo del Sol, que es adorado en Siria con el nombre de Elah Gabalah. Más tarde un muy famoso emperador instituirá este culto en Roma y se llamará Heliogábalo. Me atrevo á afirmar que la vista de la divinidad de este templo le agradaria á Vd. mucho. No tiene Vd. que mirar al cielo; su majes­tad el Sol, por lo menos el sol adorado por los Asirios, no está allí. Esta deidad se encuentra en el interior del edificio situado allá abajo. Es adorado bajo la forma