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EDGAR POE, — NOVELAS Y CUENTOS

mas profundidades de las catacumbas. Detúveme de nuevo, y esta vez me tomé la libertad de coger á For­tunato por el brazo, encima del codo.

— Ved, — le dije, — como aumenta el nitro. Cuelga como un musgo á lo largo de las paredes. Estamos·bajo el lecho del río. Las gotas de humedad se filtran á tra­vés de los huesos. Venga Vd., vámonos antes de que sea demasiado tarde. Su tos...

— Esto no es nada — dijo — continuemos. Pero antes venga otro trago de medoc.

Rompi un frasco de vino de Grave, y se lo alargué. Vaciólo de un trago.

Sus ojos brillaron con fuego ardiente.

Echóse á reir y lanzó la botella al aire con un gesto que no pude comprender.

Yo le miré con sorpresa. Él repitió el movimiento, un movimiento grotesco.

— ¿No comprende Vd.? — dijo.

— No — repliqué.

— Entonces no pertenece Vd. á la logia.

— ¿Cómo?

— No es Vd. masón.

— Sí, sí, — le dije — sí, sí.

— ¿Vd.? ¡imposible! ¿Vd. masón?

— Sí, masón, — respondí yo.

— ¡Una señal! — dijo.

— Hela aquí, — repliqué, sacando una llana de albañil de entre los pliegues de mi capa.

— Vd. está de broma, — dijo rotrocediendo algunos pasos.

— Pero vamos al amontillado,

— Sea, dije, volviendo á colocar el instrumento