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EL TONEL DE AMONTILLADO


 

Yo había soportado lo mejor que había podido las mil injusticias de Fortunato; pero cuando llegó al te­rreno del insulto, juré vengarme. Ustedes, sin embargo, que conocen la naturaleza de mi alma á fondo, supon­drán desde luego que no formulé ninguna amenaza. Á la larga yo debía vengarme; era asunto definitiva­mente resuelto; — pero la misma perfección de la resolución excluía el peligro. Yo debía no sólo castigar, sino castigar impunemente. Una injuria no queda la­vada, cuando el castigo alcanza al que intenta lavarla; ni tampoco cuando este último no tiene cuidado de darse á conocer al que la cometió.

Hay que tener en cuenta que yo no había dado á Fortunato ningún motivo para dudar de mi benevo­lencia, ni con mis palabras, ni con mis acciones. Según mi costumbre, seguía sonriéndole siempre, y él no adivinaba que mi sonrisa no traducía sino el pensa­miento de su inmolación.

Este Fortunato tenia un punto flaco, por más que bajo los demás conceptos fuese un hombre respetable