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HOP-FROG

de sus consejeros, cuando el primero arrojó el vino al rostro de Tripetta. Pero en el caso presente no había necesidad de indagar de dónde salia el ruido. Brotaba de los dientes del enano que hacía rechinar sus caninos, como si los triturase, y fijaba sus ojos centelleantes de satánica alegría en el rey y sus siete compañeros, cuyos rostros estaban vueltos hacia él.

— ¡Ah! ¡ah! ¡dijo al fin el enano furioso — ¡ah! ¡ah! ¡ya comienzo á ver quiénes son estas gentes!

Entonces, so pretexto de examinar al rey de más cerca, aproximó la antorcha á la vestimenta de lino que le cubría y que se convirtió instantáneamente en una capa de brillantes llamas. En menos de medio mi­nuto los ocho orangutanes ardían horriblemente en me­dio de los gritos de una multitud que los contemplaba desde abajo, llena de terror é impotente para pres­tarles socorro.

A la larga la violencia de las llamas obligó al bufón á subir más alto por la cadena, fuera de su alcance, mientras realizaba esta maniobra la multitud quedó de nuevo silenciosa. El enano aprovechó la ocasión y tomó de nuevo la palabra:

— Ahora, — dijo, — veo distintamente de qué espe­cie son estas máscaras. Veo á un gran rey y sus siete consejeros privados, á un rey que no tiene escrúpulo en pegar á una joven sin defensa y á sus siete conse­jeros que le animan en su atrocidad. En cuanto á mi soy simplemente Hop-Frog el bufón — y ¡esta es mi última bufonada!

Gracias á la extremada combustibilidad del lino y la brea á que estaba adherido, aun no había terminado el enano su corta arenga, cuando ya estaba cumplida la