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EDGAR POE. — NOVELAS Y CUENTOS

neo. Colocó nerviosamente la copa sobre la mesa y paseó sobre la concurrencia su mirada fría y casi extra­viada. Todos los concurrentes parecían divertise prodi­giosamente del éxito de la broma del rey.

— Y ahora, ¡á la obra! — dijo el primer ministro, hombre excesivamente gordo.

— Si, — dijo el rey. — ¡Ea! Hop-Frog, ayúdanos. ¡Danos tipos y caracteres, buen mozo. ¡Tenemos ne­cesidad de carácter! ¡ja! ¡ja! ¡ja!...

Y como esto tenía pretensiones de chiste, los siete ministros hicieron coro á la risa del rey. Hop-Frog también se rió, pero con risa distraída.

— ¡Vamos! ¡vamos! — dijo el rey impaciente — ¿es que no encuentras nada?

— ¡Procuro! — hallar algo nuevo, — respondió el enano completamente turbado por el vino.

— ¡Procuras! — gritó el tirano ferozmente. — ¿Qué entiendes tú por esa palabra? ¡Ah! ya comprendo ¡ne­cesitas aún más vino. ¡Toma! ¡traga eso! — y llenó una nueva copa y se la alargó llena al cojo, que la miró y respiró falto de aliento.

— ¡Bebe! te digo — gritó el monstruo,—ó ¡por los demonios!...

El enano vacilaba. El rey enrojeció de ira. Los cor­tesanos sonreían con crueldad. Tripetta, pálida como un cadáver, avanzó hasta el asiento del monarca y, arrodillándose delante de él, le suplicó que dispensase á su amigo.

El tirano la miró durante algunos instantes, como estupefacto de semejante audacia. Parecía no saber qué decir ni hacer—cómo expresar su indignación de un modo suficiente.