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EDGAR POE. — NOVELAS Y CUENTOS

más las bufonadas en acción que las bromas ó las burlas de palabra.

En la época en que ocurre nuestra historia los bufones de profesión no habían pasado de moda por completo en la corte. Algunas de las grandes poten­cias continentales tenían aún sus bufones; eran éstos seres desdichados y contrahechos, adornados con el gorro de cascabeles ó caperuza y que debían estar siempre dispuestos á lanzar frases agudas á cambio de las migajas que caían de la mesa real.

Nuestro rey naturalmente tenía su bufón. El hecho es que sentía la necesidad de algo que se pareciese á la locura, aunque sólo fuese para contrabalancear la pesada sabiduría de los siete sabios que le servían de ministros — sin contarle á él.

Sin embargo, su loco, su bufón de profesión no era solamente un loco. Su valor estaba triplicado á los ojos del rey por la circunstancia de ser enano y cojo. En ese tiempo los enanos eran en la corte tan comunes como los bufones; y muchos monarcas hubieran juzgado muy difícil el empleo de su tiempo — el tiempo es más largo en la corte que en ninguna otra parte, — sin un bufón que les hiciese reir y un enano para burlarse de él. Pero, como ya he observado, todos estos bufones en la mayor parte de los casos son gordos, redondos y macizos — de modo que para nuestro rey era un amplio motivo de orgullo poseer en Hop-Frog[1] — tál era el nombre del loco — un triple tesoro en una sola persona. Yo creo que el nombre de Hop-Frog no era su nombre de bautismo,

  1. Hop dar saltitos, — frog rana.