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EL POZO Y EL PÉNDULO

ciones secretas. Ahora bien; habiéndose frustrado el del abismo, no entraba ya en el plan demoniaco el precipitarme en él; estaba, pues, consagrado, y esta vez sin alternativa posible, á una destrucción diferente y más dulce. ¡Más dulce! He sonreído casi en mi agonía, pensando en la singular aplicación que hacía de semejante palabra.

¿De qué sirve narrar las largas horas de horror más que mortales, durante las cuales conté las oscilaciones vibrantes del acero? Pulgada por pulgada, línea por línea, operaba un descenso graduado y solamente apreciable á intervalos, que me parecían siglos, y siempre descendía, siempre más bajo, ¡siempre más bajo!

Corrieron días, puede ser que muchos días hayan corrido, antes que viniera á balancearse bastante cerca de mí para azotarme con su soplo acre. El olor del acero afilado se introducía en mis narices. Suplicaba, al cielo, lo fatigaba con mi súplica, para que hiciera descender el acero más rápidamente. Me volví loco, frenético, y me esforcé por levantarme, por ir al encuentro de aquella terrible cimitarra móvil. Y después, repentinamente, cai en una gran calma, y quedé extendido, sonriendo á esta muerte chispeante, como un niño á algún precioso juguete.

Hubo un nuevo intervalo de perfecta insensibilidad; intervalo muy corto, pues, volviendo á la vida, no encontré que el péndulo hubiera descendido una.cantidad apreciable. Sin embargo, podía ser muy bien que ese tiempo hubiera sido largo, pues yo sabía que había demonios que habían tomado nota de mi desvanecimiento y que podian detener la vibración á su voluntad.