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EL DOCTOR BREA Y EL PROFESOR PLUMA

caron sus papeles, con la diferencia importante de que los locos habían estado libres, y los guardianes fueron encerrados inmediatamente en las celdas, donde, siento decirlo, fueron tratados de una manera demasiado cortés.

— Pero presumo que debió efectuarse en seguida una contra-revolución. Esa situación no podía durar largo tiempo. Los campesinos y los visitantes que venian á ver el establecimiento darían el grito de alarma.

— Está Vd. en un error. El jefe de los rebeldes era demasiado astuto para que eso ocurriese. Desde ese instante no admitió ningún visitante — á excepción una sola vez, de un joven gentleman, de una fisonomia bastante estupida y que no podía inspirarle desconfianza alguna. Permitióle visitar la casa, á fin de introducir alguna variedad y divertirse con él, y después que lo hubo conseguido, le despachó.

— ¿Y cuánto tiempo duró el reinado de los locos?

— ¡Oh! bastante, en verdad; no sé cuánto á punto fijo. Sin embargo los locos se trataban bien, puede Vd. creerlo. Arrojaron sus viejos vestidos y usaron á su antojo del guarda-ropas y joyas de la familia. Las bodegas del castillo estaban bien provistas de vino, y estos diablos de locos son inteligentes en la materia y saben beber, á fe mía.

— ¿Y qué tratamiento especiał puso en práctica el jefe de los rebeldes?

— ¡Ah! en cuanto á eso un loco no es necesariamente un tonto, como le he hecho ya observar, y según mi humilde opinión su tratamiento ó régimen era mucho mejor que el anteriormente usado. Era un