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EL DOCTOR BREA Y EL PROFESOR PLUMA

y modesto, que juzgaba indecente en sumo grado la manera actual de vestirse y que quería siempre vestirse poniéndose fuera de los vestidos y no dentro. Después de todo es una cosa bien fácil de hacer. No hay más que hacer así... y después así... y por último...

— ¡Eh! señorita Salsafette, exclamaron una docena de voces... ¿qué hace Vd?... ¡Deténgase!... es suficiente. — ¡Ya vemos bien cómo puede hacerse eso! ¡Basta! ¡Basta!

Algunas personas se lanzaban ya desde su asiento pera impedir á la señorita Salsafette que se pusiese como la Venus de Médicis, cuando se produjo de repente y eficazmente el resultado deseado, merced á unos grandes gritos ó aullidos que provenían de algún punto del cuerpo principal del edificio. Mis nervios fueron muy afectados por estos bramidos; pero en cuanto á los demás convidados, me daban lástima. En mi vida he visto una reunión de personas sensatas, más llenas de terror. Pusiéronse pálidos como cadáveres, y temblaban y castañeteaban los dientes en sus asientos, pareciendo aguardar la repețición del mismo ruido. Repitióse en efecto más fuerte y próximo, y después una tercera vez muy fuerte, muy fuerte; por último se dejó oir una cuarta con mucho menos vigor. Ante este apaciguamiento aparente de la tempestad, toda la concurrencia recobró inmediatamente su animación y comenzaron con nuevo ardor las anécdotas. Entonces me aventuré á preguntar la causa de aquella turbación.

— Una nonada, dijo M. Maillard. Nos vamos habituando á ello y ya casi no nos inquieta. Los locos, á intervalos regulares se ponen á aullar juntos, excitán-