siempre que defenderse, una de las luchas más estérilmente fatigantes que conozco.
Sin duda, ganaba dinero, y sus trabajos literarios podían costearle más ó menos bien la existencia. Pero tengo pruebas de que tenía disgustantes dificultades que superar. Soñó, como tantos otros escritores, en una revista propia, quiso estar en lo suyo, y el hecho es que había sufrido suficientemente para desear con ardor este abrigo definitivo á su pensamiento. Para llegar á este resultado, para procurarse una suma de dinero suficiente, recurrió á las lecturas. Se sabe lo que son estas lecturas — una especie de especulación, el Colegio de Francia puesto á disposición de todos los literatos; el autor no publica lo que lee sino después que ha sacado el más grande provecho posible. Poe había dado ya en New-York una lectura de Eureka, su poema cosmogónico, que había hasta levantado fuertes discusiones. Imaginó esta vez dar lecturas en su país, en la Virginia. Contaba, cuando escribió Willis, con dar una vuelta por el Oeste y Sud, y esperaba el concurso de sus amigos literarios y de sus antiguos conocidos de colegio y de West-Point. Visitó, pues, las principales ciudades de la Virginia, y Richmond volvió á ver al que había conocido tan joven, tan pobre y tan desnudo, Todos los que no habían visto á Poe desde los tiempos de su obscuridad, acudieron en multitud á contemplar al ilustre compatriota. Apareció bello, elegante, correcto como el genio. Creo que había llegado su condescendencia hasta hacerse admitir en una sociedad de temperancia. Escogió un tema tan fecundo como elevado: El principio de la Poesía, y lo desarrolló con esa lucidez que es uno de sus privilegios.