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EDGAR POE. — NOVELAS Y CUENTOS

Dejamos á. M. Valdemar completamente tranquilo hasta cerca de las tres de la mañana, que nos aproximamos á su lecho y le encontramos en el mismo estado que cuando se retiró el Dr. F***, es decir, en la misma posición. El pulso era imperceptible; la respiración débil (apenas notable, excepto aplicándole un espejo á los labios); los ojos estaban cerrados naturalmente; y los miembros tan rigidos y tan frios como el mármol. En general, su apariencia no era la de un cadáver.

Al aproximarme á Mr. Valdemar hice ana especie de semi-esfuerzo para influenciar su brazo derecho, á fin de que siguiera la dirección del mío, que pasaba por su cuerpo en todos sentidos. Experimentos de esa naturaleza no habian tenido nunca buen resultado con el paciente, y á la verdad, tenía muy poca esperanza de conseguirlo entonces; pero con gran asombro, su brazo siguió fácil aunque débilmente, las direcciones que le señalaba con el mío. Determiné aventurar algunas preguntas.

— Mr. Valdemar, dije, ¿estáis dormido?

No replicó nada, pero percibi un temblor sobre sus labios, é inducido por él, repetí mis palabras dos veces más. Á esta tercera repetición, todo su cucrpo se agitó con un estremecimiento debilisimo; los párpados se abrieron por sí mismos de tal manera que mostraron hasta la niña del ojo; los labios se movieron con lentitud, y á través de ellos, en un murmullo apenas perceptible, se escaparon las palabras:

— Si; — dormido ahora, ¡No me despertéis dejadme morir así!

Le toqué los labios y los encontré más rígidos que