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EDGAR POE. — NOVELAS Y CUENTOS

ción en que consistían sus éxitos, recibí la siguiente respuesta: «Cuando deseo saber cuán sabio ó cuán estúpido, ó cụán bueno ó cuán malo es alguno, ó cuáles son sus pensamientos en un instante dado, acomodo la expresión de mi rostro, tan cuidadosamente como me es posible, de acuerdo con la expresión del rostro de él, y entonces trato de ver qué pensarnientos ó sentimientos nacen en mi alma, que igualen ó correspondan á la expresión.» Esta respuesta del niño de escuela, reside en el fondo de toda la espúrea profundidad que ha sido atribuída á La Rochefoucault, á la Bruyère, á Machiavello y á Campanell.

— Y la identificación, dije, del intelecto del razónadar con el de su contrario, depende, si le entiendo á Vd. bien, de la exactitud con que es medido el cerebro del contrario.

— Para su valor práctico depende de eso, replicó Dupin; y el Prefecto y su cohorte se ven frustrados tan frecuentemente, primero por falta de su identificación, y segundo por mala medida, ó más bien por no medir la inteligencia con que se encuentran empeñados en lucha. Consideran únicamente sus propias ideas de ingeniosidad; y buscando cualquier cosa oculta, tienen en cuenta solamente los medios con que ellos la habrian escondido. Tienen mucha razón en esto: que su propia ingeniosidad es una fiel representación de la de las masas; pero cuando la astucia del reo es diversa en carácter de la de ellos, el reo les escapa; es lógico. Eso sucede siempre que esa astucia está por arriba de la de ellos, y muy habitualmente, cuando está por abajo. No tienen variación de principio en sus investigaciones; lo más que hacen, cuando son excitados por alguna inha-