— ¿Registraron el suelo, bajo las alfombras?
— Sin duda. Removimos todas las alfombras, y exa- · minamos los bordes con el microscopio.
— ¿Y el papel de las paredes?
— Sí.
— ¿Buscaron en los sótanos!
— Sí.
— Entonces, dije, han hecho Vds. un mal cálculo, y la carta no está en las posesiones del Ministro, como suponen.
— Temo que Vd. tenga razón, repuso el Prefecto. Y ahora, Dupin, ¿qué me aconseja Vd. que haga?
— Hacer una completa reinvestigación de la casa del Ministro.
— Eso es absolutamente innecesario, replicó G***; no estoy tan seguro de que respiro, como de que la carta no está en el hotel.
— Pues no tengo mejor consejo que darle, dijo Dupin. ¿Tendrá Vd., como es natural, una prolija descripción de la carta?
— ¡Ya lo creo! Y aqui el Prefecto, sacando un memorándum, nos leyó en voz alta un minucioso informe de la interna, y especialmente de la externa apariencia del documento perdido. Poco después de la lectura de esta descripción, tomó su sombrero y se fué, mucho más desalentado de lo que le había visto nunca, antes.
Casi cerca de un mes había pasado, cuando nos hizo otra visita, encontrándonos ocupados exactamente de la misma manera que la otra vez. Tomó una pipa y una silla, y principió una conversación sobre cosas ordinarias. Por último, le dije: