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LA CARTA ROBADA

hotel de D***. Mi honor está interesado, y para men­cionar un gran secreto, el premio es enorme. Así, no he abandonado la partida hasta que he llegado á con­vencermo plenamente de que el ladrón es un hombre más astuto que yo mismo. Me figuro que he investigado todos los rincones y todos los escondrijos de los sitios en que es posible que el papel pueda ser ocul­tado.

— ¿Pero no es posible, exclamé, aunque la carta pueda estar en la posesión del Ministro, como es in­cuestionable que la haya escondido en alguna parte fuera de su propia casa?

— Es ápenas posible, dijo Dupin. La presente y pecu­liar condición de los negocios en la corte, y especial­mente de esas intrigas en las cuales se sabe que D*** está envuelto, hacen la instantánea validez del docu­mento, su susceptibilidad de ser encontrado en un momento dado, un punto de casi tanta importancia como su posesión.

— ¿Su susceptibilidad de ser encontrado? dije.

— Es decir, de ser destruido, dijo Dupin.

— Cierto, observé; el papel está entonces claramente al alcance de la mano. Porque que está sobre la persona del Ministro, podemos considerarlo como fuera de cuestión...

— Enteramente, dijo el Prefecto. Ha sido dos veces asaltado como por salteadores, y su persona rigurosa­mente registrada bajo mi propia inspección.

— Se podía Vd. haber ahorrado ese trabajo, dijo Dupin. D***, presumo no es del todo un loco; y si no lo es, debe haber previsto esas asechanzas; eso es claro.