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EDGAR POE. — NOVELAS Y CUENTOS

puede ser hecho abiertamente. En fin, reducido á la desesperación, me ha encomendado el asunto.

— ¿Y quién puede desear, dijo Dupin arrojando una espesa bocanada de humo, ó siquiera imaginar, un oyente más sagaz que Ud.?

— Ud. me adula, replicó el Prefecto; pero es posible que algunas opiniones como esas puedan haber sido sostenidas respecto á mi.

— Es claro, dije, como lo observó Vd., que la carta está todavía en posesión del Ministro; desde que es esta posesión, y no ningún empleo de la carta, la que confiere el poder. Empleándola, el poder se acaba.

— Cierto, dijo G***, y sobre esa convicción es bajo la que he procedido. Mi primer cuidado fué hacer una completa investigación en el alojamiento del Ministro, y mi principal embarazo estriba en la necesidad de buscar sin que él lo sepa. Además, he sido prevenido del peligro que resultaría de darle motivos de sospe­char de nuestro designio.

— Pero, dije, Vd. está completamente au fait en esas investigaciones. La policía parisiense ha hecho estas cosas muy á menudo antes.

— Ya lo creo; y por esa razón no desespero. Las costumbres del Ministro me dan, además, una gran ventaja. Está frecuentemente ausente de su casa toda la noche. Sus sirvientes no son numerosos. Duermen á una distancia larga de la habitación de su amo, y siendo principalmente napolilanos, son embriagados con facilidad. Tengo llaves, como Vd. sabe, con las que puedo abrir cualquier cuarto ó gabinete en París. Durante tres meses, no ha pasado una noche sin que haya estado empeñado personalmente en escudriñar el