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EDGAR POE. — NOVELAS Y CUENTOS

asió el postigo, que estaba extendido enteramente sobre la pared, y balanceándose en él, fué à caer directamente sobre la cabecera del lecho. En todo esto no tardó ni un minuto. El postigo fué abierto de nuevo, de una patada, por el Orangután, al entrar al cuarto.

El marinero, mientras, estaba regocijado y al mismo tiempo, perplejo. Tenia grandes esperanzas de volver á capturar al animal, pues casi no podia escapar de la trampa en que se habia aventurado, excepto por la cadena del pararrayos, donde era fácil detenerlo. Por otro lado, había motivos de estar ansioso acerca de lo que podría hacer en la casa. Esta última reflexión hizo que se apresurara más aún en seguir al fugitivo. Una cadena de pararrayos es fácil camino, especialmente para un marinero; pero cuando llegó á la altura de la ventana, que quedaba lejos, á su izquierda, tuvo que detenerse; lo más que pudo hacer fué enderezarse hasta poder mirar en el interior del cuarto. Lo que vió entonces fué tan horroroso que faltó poco para que cayera. Fué entonces que se elevaron, en medio del silencio de la noche, los horribles gritos que sorprendieron en el sueño á los habitantes de la calle Morgue.

La señora L'Espanaye y su hija, vestidas con sus traje de dormir, habían estado ocupadas, aparentemente, en arreglar algunos papeles en el cofrecillo de hierro ya citado, y que había sido trasportado al medio del cuarto. Estaba abierto, y su contenido en el suelo.

Las víctimas deben haber estado sentadas dando la espalda á la ventana; y por el tiempo corrido