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LOS CRÍMENES DE LA CALLE MORGUE

tancia de dos pies y medio (supongo el postigo abierto en toda su extensión), un ladrón podía haber encontrado un firme asidero en el enrejado de que hablé antes. Abandonando su punto de apoyo, el pararrayos, asegurando sus pies contra la pared, y largándose intrépidamende desde allí, podia haber atraído el postigo hasta cerrarlo, y si imaginamos la ventana abierta en ese momento, podía hasta haber llegado al interior del cuarto.

«Quiero que Vd. recuerde especialmente que he hablado de un extraño grado de actividad, como requisito para el éxito en tan aventurada como difícil acción.

«Es mi designio mostrar á Vd., primero, que es posible que la cosa se haya llevado á cabo; y segundo, y principalmente, deseo hacer comprender á Vd. el extraordinario — el sobrenatural carácter de la agilidad, con que debe haberse ejecutado la ascensión.

«Vd. dirá sin duda, usando el lenguaje de la ley, que «para aclarar un caso» debía más bien evaluar en menos de su valor real, que insistir sobre la entera estima de la actividad requerida en este asunto. Esta puede ser la práctica judicial, pero no es la costumbre de la razón. Mi único objeto es la verdad. Mi propósito inmediato es inducir á Vd. á que coloque en justa posición, esa extraordinaria agilidad de que acabo de hablar, con esa singular voz aguda (ó áspera) desigual, sobre cuya nacionalidad no se han encontrado dos personas acordes, siquiera, y en cuya pronunciación no se ha descubierto el acto de silabificar.»

Á estas palabras, una vaga é informe concepción del pensamiento de Dupin, atravesó mi inteligencia. Parecía estar sobre el limile de la comprensión, sin poder