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EDGAR POE. — NOVELAS Y CUENTOS

putadas como personas de dinero. Ha oído decir entre los vecinos que la señora L'Espanaye decía la buena ventura, — no lo cree. No había visto jamás á nadie entrar a la casa, excepto á la vieja señora y su hija, el portero una ó dos veces, y un médico, ocho o diez ocasiones.

« Muchas otras personas, vecinos, declaran de acuerdo. Ninguno ha hablado como amigo de la casa. No se sabe si hay algunos parientes vivos de la señora L'Espanaye y su hija. Los postigos de las ventanas del frente eran abiertos rara vez. Los de las interiores estaban siempre cerrados con excepción de los de la gran pieza del fondo, cuarto pigo. La casa era muy buena — no muy vieja.

«Isidoro Muset, gendarme, depone que fue llamado á la casa hacia las tres de la mañana, y encontró unas veinte ó treinta personas en la puerta de la calle, tratando de entrar. La forzó, al último, con una bayoneta — y no con una palanca, Tuvo poca dificultad en abrirla, á causa de ser una puerta doble o de dos batientes, y no estar cerrada con pasador, ni abajo ni arriba. Los gritos fueron continuos hasta que se forzó la puerta — y entonces cesaron repentinamente. Parecian gritos de una persona (ó personas) en su última agonía — no eran cortos y precipitados, sino prolongados y fuertes. El testigo subió las escaleras. Habiendo alcanzado el primer piso, oyó dos voces en fuerte y agria disputa — la una gruesa, la otra mucho más aguda una voz muy extraña. Pudo distinguir algunas palabras dichas por la primera; era voz de un francés. Está seguro que no era voz de una mujer. Pudo oir las expresiones sacré y diable. La voz aguda era de algún extran-