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Señales iban dando de no acabar tan presto el libre y el cautivo, si no sonara a sus espaldas la voz de Preciosa, que las suyas había escuchado.

Suspendiólos el oirla, y sin moverse, prestándola maravillosa atención, la escucharon. Ella (o no sé si de improviso, si en algún tiempo los versos que cantaba le compusieron), con extremada gracia, como si para responderles fueran hechos, cantó los siguientes:

—En esta empresa amorosa donde al amor entretengo, por mayor ventura tengo ser honesta que hermosa.

La que es más humilde planta, si la subida endereza, por gracia o naturaleza a los cielos se levanta.

En este mi bajo cobre, siendo honestidad su esmalte, no hay buen deseo que falte, ni riqueza que no sobre.

No me causa alguna pena no quererme o no estimarme; que yo pienso fabricarme mi suerte y ventura buena.

Haga yo lo que en mi es, que a ser buena me encamine, y haga el cielo y determine lo que quisiére después.