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Pues la verdad que quiero que me diga—dijo Preciosa es si por ventura es poeta.

—A serlo—replicó el paje—, forzosamente había de ser por ventura. Pero has de saber, Preciosa, que ese nombre de poeta muy pocas le merecen, y así yo no lo soy, sino un aficionado a la poesía; y para lo que he menester, no voy á pedir ni a buscar ajenos: los que te di son míos, y estos que te doy agora también; mas no por esto soy poeta, ni Dios lo quiera.

—Tan malo es ser poeta?—replicó Preciosa.

—No es malo dijo el paje—; pero el ser poeta a solas no lo tengo por muy bueno. Hase de usar de la poesía como de una joya preciosísima, cuyo dueño no la trae cada día, ni la muestra a todas gentes, ni a cada paso, sino cuando convenga y sea razón que la muestre. La Poesía es una bellísima doncella, casta, honesta, discreta, aguda, retirada, y que se contiene en los límites de la discreción más alta. Es amiga de la soledad; las fuentes la entretienen; los prados la consuelan; los árboles la desenojan; las flores la alegran; y, finalmente, deleita y enseña a cuantos con ella comunican.

—Con todo eso—respondió Preciosa—, he oído decir que es pobrísima, y que tiene algo de mendiga.

— Antes es al revés—dijo el paje—, porque no hay poeta que no sea rico, pues todos viven contentos con su estado, filosofía que la alcanzan pocos. Pero qué te ha movido, Preciosa, a hacer esta pregunta?