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Pues dadle alguna valoncica vuestra, o alguna cosita; que otro día nos volverá a ver Preciosa, y la regalaremos mejor.

A lo cual dijo doña Clara:

—Pues porque otra vez venga, no quiero dar nada ahora a Preciosa.

—Antes si no me dan nada—dijo Preciosa—, nunca más volveré acá. Más sí volveré, a servir a tan principales señores; pero trairé tragado que no me han de dar nada, y ahorraréme la fatiga del esperallo. Coheche vuesa merced, señor Tiniente; cocheche, y tendrá dineros, y no haga usos nuevos; que morirá de hambre. Mire, señora; por ahí he oído decir (y aunque moza, ertiendo que no son buenos dichos) que de los oficios se ha de sacar dineros para pagar las condenaciones de las residencias y para pretender otros cargos.

—Así lo dicen y lo hacen los desalmados—replicó el Teniente; pero el juez que da buena residencia no tendrá que pagar condenación alguna, v el haber usado bien su oficio será el valedor para que le den otro.

—Habla vuesa merced muy a lo santo, señor Teniente—respondió Preciosa—; ándese a eso y cortarémosle de los harapos para reliquias.

—Mucho sabes, Preciosa—dijo el Tiniente—.

Calla, que yo daré traza que sus Majestades te vean, porque eres pieza de reyes.

—Querránme para truhana—respondió Preciosa—, y yo no lo sabré ser, y todo irá perdido. Si me quisiesen para discreta, aún llevarme hían; pero