¡Este sí que se puede decir cabello de oro!
¡Estos si que son ojos de esmeralda!
La señora su vecina la desmenuzaba toda, y hacía pepitoria de todos sus miembros y coyunturas. Y llegando a alabar un pequeño hoyo que Preciosa tenía en la barba, dijo:
—¡Ay, qué hoyo! En este hoyo han de tropezar cuantos ojos le miraren.
Oyó esto un escudero de brazo de la señora doña Clara, que allí estaba, de luenga barba y largos años, y dijo:
—Ese llama vuesa merced hoyo, señora mía?
Pues yo sé poco de hoyos, o ese no es hoyo, sino sepultura de deseos vivos. ¡Por Dios, tan linda es la Gitanilla, que hecha de plata o de alcorza no podría ser mejor! Sabes decir la buenaventura, niña?
De tres o cuatro maneras—respondió Preciosa.
—¿Y eso más?—dijo doña Clara—. Por vida del Tiniente, mi señor, que me la has de decir, niña de oro, y niña de plata, y niña de perlas, y riña de carbuncos, y niña del cielo, que es lo más que puedo decir.
—Denle, denle la palma de la mano a la niña, y con que haga la cruz dijo la vieja—, y verán qué de cosas les dice; que sabe más que un doctor de melecina.
Echó mano a la faldriquera la señora Tenienta, y halló que no tenía blanca. Pidió un cuarto a sus criadas, y ninguna le tuvo, ni la señor. ve-