mino derecho de Ferrara, con seguridad que allf los encontraría.
Apenas hubieron salido de la ciudad, cuando Cornelia dio cuenta al ama de todos sus sucesos, y de cómo aquel niño era suyo y del duque de Ferrara, con todos los puntos que hasta aquí se han contado, tocantes a su historia, no encubriéndole como el viaje que llevaban sus señores era a Ferrara, acompañando a su hermano, que iba a desafiar al duque Alfonso. Oyendo lo cual el ama —como si el demonio se lo mandara, para intricar, estorbar o dilatar el remedio de Cornelia, dijo: —¡Ay, señora de mi alma! ¿Y todas esas cosas han pasado por vos, y estáis aquí descuidada ya pierna tendida? O no tenéis alma, o tenéisla tan desmazalada, que no siente. ¿Cómo, y pensáis vos por ventura, que vuestro hermano va a Ferrara?
No lo penséis, sino pensad y creed que ha querido llevar a mis amos de aquí, y ausentarlos desta casa, para volver a ella y quitaros la vida, que lo podrá hacer como quien bebe un jarro de agua; mirad debajo de qué guarda y amparo quedamos, sino en la de tres pajes, que harto tienen ellos que hacer en rascarse la sarna de que están llenos, que en meterse en dibujos; a lo menos, de mí sé decir que no tendré ánimo para esperar el suceso y ruina que a esta casa amenaza: el señor Lorenzo, italiano, y que se fíe de españoles, y les pida favor y ayuda! Para mi ojo, si tal crea—y dióse ella misma una higa—; si vos, hija mía, qui-