cienta el ánimo, y la injuria reciente despierta la venganza.
Levantóse Lorenzo, y abrazó apretadamente a don Juan, y dijo: —A tan generoso pecho como el vuestro, señor don Juan, no es menester moverle con ponerle otro interés delante que el de la honra que ha deganar en este hecho, la cual desde aquí os la doy, si salimos felizmente deste caso, y por añadidura os ofrezco cuanto tengo, puedo y valgo; la ida quiero que sea mañana, porque hoy pueda prevenir lo necesario para ella.—Bien parece dijo don Juan, y dadme licencia, señor Lorenzo, que yo pueda dar cuenta deste hecho a un caballero, camarada mío, de cuyo valor y silencio os podéis prometer harto más que del mío.
—Pues vos, señor don Juan, según decís, habéis tomado mi honra a vuestro cargo, disponed della como quisiéredes y decid della lo que qui siéredes y a quien quisiéredes; cuanto más que camarada vuestro ¿quién puede ser que muy bueno no sea?
Con esto se abrazaron y despidieron, quedando que otro día por la mañana le enviaría a llamar, para que fuera de la ciudad se pusiesen a capallo y siguiesen disfrazados su jornada.
Volvió don Juan, y dió cuenta a don Antonio y a Cornelia de lo que con Lorenzo había pasado y el concierto que quedaba hecho.
—Válame Dios!—dijo Cornelia—; grande es,