mía, y que tan bien tenía pagados los dos lechos.
Todo lo cual facilitó el alguacil, diciendo: —Lo que se podrá hacer es que yo llamare a la puerta, diciendo que soy la justicia, que por mandato del señor alcalde traigo a aposentar a este caballero a este mesón, y, que no habiendo otra cama, se le manda dar aquélla. A lo cual ha de replicar el huésped que se le hace agravio, porque ya está alquilada, y no es razón quitarla al que la tiene; con esto quedará el mesoneró disculpado y vuesa merced conseguirá su intento.
A todos les parecić bien la traza del alguacil, y por ella le dió el deseoso cuatro reales.
Púsose luego por obra; y en resolución, mostrando gran sentimiento el primer huésped, abrió a la justicia, y el segundo, pidiéndole perdón del agravio que al parecer se le había hecho, se fué a acostar en el lecho desocupado; pero ni el otro le respondió palabra, ni menos se dejó ver el rostro, porque apenas hubo abierto cuando se fué a su cama, y vuelta la cara a la pared, por no responder hizo que dormía. El otro se acostó, esperando cumplir por la mañana su deseo, cuando se levantasen. Eran las noches de las perezosas y largas de diciembre, y el frío y el cansancio del camino forzaban a procurar pasarlas con reposo; pero como no le tenía el huésped primero, a poco más de la media noche comenzó a suspirar tan amargamente que, con cada suspiro, parecía despedírsele el alma; y fué de tal manera que, aunque el segundo dormía, hubo de despertar al las-