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mía; solos don Antonio y don Juan estaban en sí, y muy bien puestos en lo que habían de hacer. En la puerta de la calle halló don Juan a don Lorenzo, el cual, en viendo a don Juan, le dijo: —Suplico a vuecencia—que ésta es la manera de Italia me haga la merced. de venirse conmigo a aquella iglesia que está allí frontero, que tengo un negocio que comunicar con vuecencia en que me va la vida y la honra.

De muy buena gana—respondió don Juan—, vamos, señor, donde quisiéredes. Dicho esto, mano a mano se fueron a la iglesia, sentándose en un escaño, y en parte donde no pudiesen ser oídos.

Lorenzo habló primero, y dijo: ´ —Yo, señor español, soy Lorenzo Bentibolli, si no de los más ricos, de los más principales desta ciudad; ser esta verdad tan notoria servirá de disculpa del alabarme yo propio; quedé huérfano algunos años ha, y quedó en mi poder una mi hermana, tan hermosa, que a no tocarme tanto quizá os la alabara de manera que me faltaran encarecimientos por no poder ningunos corresponder del todo a su belleza; ser yo honrado, y ella muchacha y hermosa, me hacían 'andar solícito en guardarla; pero todas mis prevenciones y diligencias las ha defraudado la voluntad arrojada de mi hermana Cornelia, que éste es su nombre; finalmente, por acortar, por no cansaros éste que pudiera ser cuento largo, digo que el duque de Ferrara, Alfonso de Este, con ojos de lince