su consuelo. Hiciéronlo así, y ella los recibió con rostro alegre y con mucha cortesía; pidióles le hiciesen merced de salir por la ciudad y ver si ofan algunas nuevas de su atrevimiento; respondiéronle que ya estaba hecha aquella diligencia con toda curiosidad, pero que no se decía nada.
En esto llegó un paje, de tres que tenían, a la puerta del aposento, y desde fuera dijo: —A la puerta está un caballero con dos criadas que dice se llama Lorenzo Bentibolli, y busca a mi señor don Juan de Gamboa.
A este recado cerró Cornelia ambos puños, y se los puso en la boca, y por entre ellos salió la voz baja y temerosa, y dijo: —Mi hermano, señores; mi hermano es ése; sin duda debe haber sabido que estoy aquí, y viene a quitarme la vida; socorro, señores, y amparo.
—Sosegaos, señora—le dijo don Antonio, que en parte estáis y en poder de quien no os dejará hacer el menor agravio del mundo. Acudid vos, señor don Juan, y mirad lo que quiere ese caballero, y yo me quedaré aquí a defender, si menester fuere, a Cornelia.
Don Juan, sin mudar semblante, bajó abajo, y luego don Antonio hizo traer dos pistoletes armados, y mandó a los pajes que tomasen sus espadas y estuviesen apercibidos.
El ama, viendo aquellas prevenciones, temblaba; Cornelia, temerosa de algún mal suceso, te-