za que de nuestras personas: tan bien sabrá tener en silencio vuestras desgracias, como acudir a vuestras necesidades.
—Tal es la que tengo, que a cosas más dificultosas me obliga—respondió ella—; entre, señorquien vos quisiéredes, que, encaminada por vuestra parte, no puedo dejar de tenerla muy buena en la que menester hubiere; pero, con todo eso, os suplico que no me vean más que vuestra criada.
—Así será―respondió don Antonio.
Y, dejándola solla, se salieron, y don Juan dijo al ama que entrase dentro, y llevase la criatura con los ricos paños, si se los había puesto. El ama dijo que sí, y que ya estaba de la misma manera que él la había traído. Entró el ama advertida de lo que había de responder a lo que acerca de aquella criatura la señora que hallaría allí dentro le preguntase.
En viéndola Cornelia, le dijo: —Vengáis en buen hora, amiga mía; dadme esa criatura, y llegadme aquí esa veľa.
Hízolo así el ama, y tomando el niño Cornelia en sus brazos, se turbó toda, y le miró ahincadamente, y dijo al ama: —Decidime, señora, ¿este niño y el que me trujisteis, o me trujeron poco ha, es todo uno?
—Sí, señora—respondió el ama.
—Pues ¿cómo trae tan trocadas las mantillas?
—replicó Cornelia—; en verdad, amiga, que me parece o que éstas son otras mantillas, o que esta no es la misma criatura.