Página:Novelas ejemplares - Tomo IV (1920).pdf/82

Esta página no ha sido corregida
82
 

biera hacer hasta que él llegara a la puerta; mas el miedo que me había puesto la cuadrilla armada de mi hermano, creyendo que ya esgrimía su espada sobre mi cuello, no me dejó hacer otro mejor discurso; y así, desatentada y loca, sali donde me sucedió lo que habéis visto; y aunque me veo sin hijo y sin esposo, y con temor de peores sucesos, doy gracias al cielo, que me ha traído a vuestro poder, de quien me prometo todo aquello que de la cortesía española puedo prometerme, y más de la vuestra, que la sabréis realzar por ser tan nobles como parecéis.

Diciendo esto, se dejó caer del todo encima del lecho, y acudiendo los dos a ver si se desmayaba, vieron que no, sino que amargamente lloraba, y díjole don Juan: —Si hasta aquí, hermosa señora, yo y don Antonio, mi camarada, os teníamos compasión y lástima por ser mujer, ahora, que sabemos vuestra calidad, da lástima y compasión pasa a ser obligación precisa de serviros; cobrad ánimo y no desmayéis, y aunque no acostumbrada a semejantes casos, tanto más mostraréis quién sois cuanto más con paciencia supiéredes llevarlos; creed, señora, que imagino que estos tan extraños sucesos han de tener un feliz fin, que no han de permitir los cielos que tanta belleza se goce mal y tan honestos pensamientos se malogren; acostaos, señora, y curad de vuestra persona, que lo habéis menester, que aquí entrará una criada nuestra que os sirva, de quien podéis hacer la misma confian-