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nc dejó, entre razón y razón, de echar abajo tres cubiletes de vino, y de roer una pechuga y una cadera de perdiz que le dió el caballero, y todo se lo pagó el alguacil con preguntarles nuevas de la corte y de las guerras de Flandes y bajada del tureo, no olvidándose de los sucesos del transilvano, que nuestro Señor guarde.

El caballero cenaba y callaba, porque no venía de parte que le pudiese satisfacer a sus preguntas. Ya en esto había acabado el mesonero de dar recado al cuartago, y sentóse a hacer tercio en la conversación, y a probar de su mismo vino no menos tragos que el alguacil; y a cada trago que envasaba, volvía y derribaba la cabeza sobre el hombro izquierdo, y alababa el vino, que le ponía en las nubes, aunque no se atrevía a dejarle mucho en elias por que no se aguase. De lance en lance volvieron a las alabanzas del huésped encerrado, y contaron de su desmayo y en— cerramiento, y de que no había querido cenar cosa alguna; ponderaron el aparato de las bolsas y la bondad del cuartago y del vestido vistoso quie de camino traía; todo lo cual requería no venir sin mozo que le sirviese. Todas estas exageraciones pusieron nuevo deseo de verle, y rogó al mesonero hiciese de modo como él entrase a dormir en la otra cama, y le daría un escudo de oro; y puesto que la codicia del dinero acabó con la voluntad del mesonero de dársela, halló ser imposible a causa que estaba cerrado por de dentro, y no se atrevía a despertar al que dentro dor-